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Lo llaman “amor”

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Fecha Publicación: 07/03/2022 - 21:45
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No encuentro en el diccionario una definición cabal del amor, lo entiende como sentimiento, goce, galantería. Sirve tal concepto para los cruzados que viajaban a Tierra Santa con el pañuelo de su amada en el largo camino de sombras y miedos. De allí el amor romántico. El enamoramiento tiene esa magia, deslumbra y provee de ilusión. “Diera, alma mía, / por cuanto espero, / la fe, el espíritu, / la tierra, el cielo”, escribía Bécquer.

Octavio Paz relató sobre grandes amores en La llama doble, “uno los dos”, pero Fromm se aproximó más en el entendido de que el amor es cuidado. Amas cuando te preocupas. El nieto que cada día dispone de sus horas para cuidar al abuelo en su lecho, lo hace porque el abuelo sufre. Entonces ama. Si lo hiciera por un interés propio, por el disfrute de su cercanía, no sería que más ama, sino que más goza. Fatigoso y lacerante puede ser el amor porque se preocupa. Cuando el centro de interés es el otro y no uno mismo, es real. Valga el sacrificio disciplinado tanto más que el placer egóico.

Cuando el amante abandonado lamenta entre boleros su desgracia, es porque de la continuidad de un placer ha sido privado. No masculla por la suerte de la “amada” sino por la propia. Llora por él mismo entre guitarras cantineras, el ego interfiriendo en el concepto sublime y trágico del amor. Un hombre llora a su padre muerto y la rompe en gritos porque la vida se lo quitó y no lo verá más, sin él la poblada herida. La mujer que pierde al padre no llora la pérdida, reza por su alma, se preocupa, ama. Su angustia por la trascendencia tiene una intensidad unamuniana. No es “ahora qué será de mí” sino “y ahora qué es de ti”.

El lexicógrafo Roque Barcia estima el amor como un apego y se explaya en una semántica epicúrea, pues hay desamor en el apego. Amas a aquel que no quieres que sufra, si aquel sufre tú sufres, no hay amor sin compasión.

El bravío enamoramiento puede empalidecer y dar paso al amor, cuando ya te preocupas, cuando ya no se trata solo de ti. Pero es tentador ser el centro y el otro el que ama. Y allí Bécquer con su lira: “¡Llora! Nadie nos mira. / Ya ves; yo soy un hombre... y también lloro”.

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