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Legitimidad del Congreso

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Fecha Publicación: 23/03/2020 - 20:00
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El presidencialismo como forma de gobierno funciona en Estados Unidos solo por las peculiaridades del país de Lincoln. Los Padres Fundadores inventaron un régimen de ‘verdadera’ separación de poderes, en el que se elige al Poder Ejecutivo de manera independiente del Legislativo. Es un modelo exitoso porque no tuvieron un gobierno central y absoluto como nosotros que tuvimos al Inca y luego al Virrey; siendo colonias inglesas, tenían asambleas políticas elegidas por los colonos. A los norteamericanos de hoy les parece natural y necesaria la tenaz oposición que hace el Congreso al presidente, mientras los jueces interpretan la Constitución para enfrentar decretos de Trump; a ello se suma el límite a las decisiones ejecutivas que suponen las atribuciones estatales en una federación. Por el contrario, nuestro chip nos induce a desear concentrar el poder en el Ejecutivo, porque pensamos que es allí donde realmente se pueden tomar las medidas que necesitamos, sin tanto debate ni ‘enfrentamiento’. En esa realidad, nuestra institución parlamentaria no encuentra legitimidad.

En el Perú, el Congreso está peligrosamente debilitado porque no encuentra legitimidad ni por origen, ni por procedimientos ni por resultados. Los candidatos son propuestos a los electores por agrupaciones débiles y temporales, desprovistas de contenido doctrinario y programático, sin ningún incentivo para preocuparse por representar nuestras verdaderas tendencias e intereses porque saben que, al votar en distritos electorales desproporcionados y anónimos, al día siguiente no nos sentiremos identificados con los que acabamos de elegir. Admiramos al que ordena y despreciamos al que negocia, no valoramos las conversaciones para lograr consenso y odiamos los debates parlamentarios, no llegamos a entender cuál es la labor del congresista. Si el Gobierno nos agrada no queremos que el Congreso lo controle ni fiscalice; así, lo mejor que puede hacer es aprobar leyes que el Ejecutivo pondrá en vigencia, quedándose con el crédito si la norma es popular.

Fuera del peculiar caso norteamericano, la única manera de que la institución parlamentaria goce de legitimidad es que el gobierno nazca de la asamblea política, de forma que los electores, al votar por determinados diputados, sientan que están decidiendo la orientación que el gobierno tendrá. No en vano la Cámara de los Comunes británica y el Congreso de los Diputados español se encuentran en el centro del proceso de las decisiones, con toda la sociedad pendiente de sus debates, porque el que gobierna es un diputado, líder de la mayoría parlamentaria, y solo por eso, primer ministro.