Las montoneras del siglo XXI
Mientras los europeos nos legaron un concepto lineal de la evolución de la historia, los hebreos la conciben cíclica, esto es, están convencidos que llegará el día en que Babilonia aproveche sus debilidades, los derrote y esclavice como lo hiciera Nabucodonosor en el año 597 a. C.; por eso tienen un régimen bipartidista, un estado muy fuerte y una sociedad verdaderamente dispuesta a defender su país. Lo cierto es que, cuando los factores son los mismos, las condiciones no cambian, es que las situaciones se pueden repetir una y otra vez. Un ejemplo es el bandidaje en los caminos medievales, cuya seguridad era débilmente garantizada por los señores que dominaban territorios; la inseguridad para el comercio fue uno de los factores que impulsó la consolidación de estados en torno a monarcas absolutos, sustituyendo a las comunidades medievales donde el poder político se encontraba distribuido entre los barones terratenientes. Por supuesto, garantizar la seguridad a los ciudadanos es, desde el Neolítico, una de las finalidades esenciales de toda comunidad política.
Varios autores, como Germán Leguía y Martínez (1921) y Carlos Dellepiane (1931), al describir el rol que tuvieron las montoneras durante el proceso de independencia, a favor y en contra de los realistas, nos muestran la existencia de grupos armados dispuestos a asumir cualquier causa que les conceda dinero o poder. La destrucción del régimen virreinal por la potencia militar de los extranjeros no supuso, a priori, la superioridad de un modelo social o cultural, antes bien, el desorden político paralizó la economía y redujo la seguridad interna a niveles de escándalo. En esas condiciones, la contratación de fuerza física con fines políticos fue la consecuencia lógica a la desaparición del estado.
La imagen de Piérola ingresando a Lima con sus montoneros, el relato de Ricardo Palma sobre el montonero León Escobar, quien habría tomado Palacio de Gobierno y ejercido brevemente la presidencia, y las famosas “tomas” de mesas electorales, pues de 5 a. m. a 7 a. m. los limeños escuchaban desde sus casas la violenta disputa de las bandas pagadas por los candidatos, pues quien imponía “sus” miembros de mesa, aseguraba un óptimo resultado; recién a partir de las 8 a. m. los señores salían emperifollados a ejercer su derecho. Hoy, con idéntica actitud, pretendemos que las bandas organizadas y financiadas por la minería ilegal, el narcotráfico y la corrupción de los gobiernos regionales representan “la calle”, el humor de la sociedad, y obligamos a los inexpertos congresistas a modificar los procedimientos y plazos constitucionales, para intentar apaciguar a los violentos, a las montoneras del siglo XXI. Ante las mismas condiciones, la historia se muestra repetitiva, señal de que no avanzamos.
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