La rana hervida
“Por supuesto que hay que colocarse las vacunas”, señala Juan. “Pero es un experimento”, replica Luis. “Asumo que es solo un mecanismo de prevención para que las UCI y los hospitales no se congestionen”, dice con lógica el primero. Llega una variante que es más contagiosa, aunque menos letal, pero siempre es prudente el temor. Un día publican un decreto supremo que viola una ley que dice que las vacunas son voluntarias, “no podrás entrar a ningún lugar, ni a comprar ni a vender sin un pasaporte sanitario”. Parece razonable. Te vacunas para dejar de ser tentado por Mandela o por el espíritu levantisco de Rosa Parks cuando te impidan entrar a comprar. Sabes que nadie tiene por qué restringir tus derechos.
Todos cumplen… tú cumples. Nadie se vacuna la tercera o cuarta porque tema o porque le importe la congestión hospitalaria, solo les importa entrar al mall, comerse el pollo en el restaurante y hacerla en los lugares públicos sin sentirse como un sudafricano durante el Apartheid. Otro decreto cierra todos los locales y la movilidad a los mayores de cuarenta, luego a los mayores de treinta, veinte y diez. Llega la cuarta, quinta y sexta vacuna. Obliga a todas las edades. Juan no es antivacunas, habría que ser bobo, pero se siente incómodo porque sus derechos son limitados y la ve incierta. La rana no fue puesta de golpe en el agua hervida, pues saltaría. Fue puesta cuando estaba el agua fría y se fue cociendo de a pocos y sin darse cuenta. Llegó otro decreto, la quinta vacuna o te cierras en tu casa. A la siguiente fue la expedición de un pasaporte sanitario permanente.
La ciencia logró una vacuna contra el VIH y se expidió un nuevo pasaporte para quienes se hubieran inyectado esa nueva vacuna. Tampoco habrá entrada para quienes no lleven un preservativo en el bolsillo. Claro que es fácil saltarse de la salud a otros ámbitos, un pasaporte de antecedentes policiales, de no cumplir obligaciones. ¿Prisión por deudas?, luego uno de haber cumplido con todos los trámites ¿registro militar? ¿DNI vigente? Y si seguimos, prorrogamos el estado de emergencia, ya nadie se da cuenta ni le importa ¿Y si llega un gobierno chauvinista?, “No digas”, dice Juan. “Habrá que hacerle las compras en el supermercado a mi vecino extranjero”. La rana se siguió cociendo mientras iba exhalando el último aire de vida que quedaba.
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