La política para la gente
El odio más visceral y perdurable del socialismo en el Perú fue dirigido contra el Apra, desde la crisis económica producida por el Crack de 1929. Mientras que los herederos de Gramsci supieron acomodarse con las dictaduras del siglo XX, los apristas sufrieron persecución y cárcel, pero fueron los únicos que lograron construir una organización política permanente. Los socialistas supieron infiltrarse en varios partidos democráticos, en Acción Popular por ejemplo, donde llegaron a expulsar al mismo Fernando Belaunde en un Congreso partidario en los 60, para luego destruir su reputación a partir del segundo milenio. El espacio de izquierda moderada estuvo siempre ocupado, casi en su totalidad, por el Apra; por eso, su destrucción fue una antigua consigna socialista, esperando aprovechar esa oportunidad para desarrollar una plataforma atractiva que les permita competir democráticamente por los votos, sin apostar exclusivamente al aprovechamiento de la permeabilidad de un Estado débil, para infiltrarse de forma antidemocrática en él con el fin monopolizar instituciones, y desde allí, imponer sus dogmas ideológicos.
Por ello, debemos saludar el surgimiento de “Coalición Ciudadana”, intento honesto de hacer política de cara a “la gente” y no en forma subrepticia. Lástima que no hayan sido convocadas las prestigiosas personalidades académicas y profesionales que, al haber sido formadas desde cachimbos por exparlamentarios de la Izquierda Unida, han adquirido la habilidad de ignorar las evidencias científicas y empíricas del fracaso del modelo socialista en el mundo entero. En cambio, distinguimos a profesionales del transfuguismo, arribistas sin ocupación conocida, notorios comunistas y a ex ministros de Vizcarra y Castillo. Su aspiración, sin lugar a dudas, es el representar el sentimiento de protesta social, comúnmente irreflexivo y capaz de beneficiar a quienes produjeron la crisis, la misma que se sufrirá intensamente en el 2024 como lógico resultado del terrible año de Castillo, votado por la mitad del Perú. Adicionalmente, cuentan con el apoyo incondicional de los principales medios de comunicación, pues también representan al poderoso grupo de políticos y empresarios que se enriquecieron con las constructoras brasileñas y pretenden garantizar su impunidad.
Es lo que hay. Ser socialista “democrático” hoy en día requiere minimizar el daño producido por los brasileños y sus aliados en cientos de proyectos fraudulentos, ignorar la crisis de seguridad ciudadana que pone en peligro permanente la vida de las personas. Significa, además, luchar por mantener el poder que detenta la izquierda hace dos décadas, por encima de los verdaderos intereses de “la gente” agobiada por un Estado que impide emprender pequeños negocios y aleja al inversionista que crea empleo.
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