La mano de Dios
Cuando Juan Pablo II fue elegido Sumo Pontífice hace cuarenta años, luego del breve período de su antecesor, no todos repararon en que era el primer Papa no italiano. Muchos menos repararon en el significado de que hublera nacido en Polonia, país profundamente católico que resistía silenciosamente la dominación soviética.
Todo cobró sentido cuando el Papa apoyó públicamente, por primera vez, la huelga de los trabajadores del sindicato de Solidaridad y de su líder Lech Walessa en los astilleros del puerto de Gdansk. Que el Vaticano comprometiera todo su peso político global en la defensa de una huelga en un país de la órbita soviética, amparándose además en la protección de la Virgen María, fue algo jamás visto. Y fue el principio.
Pocos años después, Ronald Reagan pedía a Mikhail Gorbachev derribar el Muro de Berlín y el acontecimiento efectivamente ocurriría ante nuestros ojos en cadena mundial de televisión en la Navidad de 1989, seguido después del derrumbe final de la temida Unión Soviética. Fue el acontecimiento político del siglo XX. Uno puede ver en ello, si quiere, una obra de la mano de Dios o una cadena de hechos fortuitos. El hecho es que será para siempre el signo del Papado de Juan Pablo II.
Hoy, que se acerca el fin de la primera década del siglo XXI, ¿cuál será el signo del Papado de Francisco en la historia?
Como Polonia fue el centro del escenario europeo a fines de los 80, Argentina puede serlo en Sudamérica en la década que comienza, y hay tal vez una buena razón para que Francisco sea argentino, como Juan Pablo era polaco. Atribúyaselo el lector, si desea, al azar, a la premonición de un cónclave de cardenales, o a la intervención del Espíritu Santo. Para quien conozca ese país y quiera leer entre líneas, el pueblo argentino está destinado a mejores cosas.
El descalabro final, desafortunadamente, aún esta por llegar y es inevitable. El peronismo kirchnerista, con su retórica ochentera sobre la deuda impagable, a los peruanos –para no ir más lejos- nos sabe a telenovela de las malas. Y esto va para peor. Todos lo sabemos. Argentina aún ha de sufrir bajo el autoritarismo cuando ya no sea gobernable manteniendo las apariencias de una democracia. Cuando finalmente llegue la noche más oscura, comenzará a amanecer.
Si Francisco tiene la inteligencia –que no le falta- y, sobre todo, la grandeza de alma –que debe tenerla- hará de Argentina su herramienta, como Juan Pablo con Polonia 30 años atrás. Derribará esa mutación del castrismo que hoy se abate todavía sobre su patria y varias otras naciones del continente, y lo liberará de quienes aún no renuncian al plan de someterlo por la fuerza como un día sometieron al Este de Europa.
Esto requiere de Francisco un supremo esfuerzo de lucidez y determinación, por amor a su Patria y al continente en que nació. No han de faltarle si su Papado ha de tener un significado en la historia. Y lo tiene. Solo hacer falta verlo. Llámele la mano de Dios si quiere. Es una expresión que los argentinos han empleado antes para fines menos importantes.