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La izquierda ha traído su división al gobierno

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Fecha Publicación: 18/09/2021 - 19:10
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El conflicto principal en el escenario político hoy ha pasado a ser el que enfrenta a la izquierda caviar con la izquierda radical.

En sus cincuenta días en el gobierno, Pedro Castillo ha tratado de hallar alguna clase de equilibrio entre ambas facciones, tanto en el gabinete –dirigido en la práctica cada vez más por los ministros de Economía y de Justicia – como en la bancada oficialista en el Congreso, dirigida por el partido.

No lo ha conseguido.

Durante meses ha prevalecido la idea de que el gobierno de la izquierda era una unidad indisoluble con un plan siniestro para liquidar la democracia y quedarse en el poder, que presentaba por razones de calculada estrategia política la falsa actuación de una pugna inexistente.

Este diagnóstico cada vez más insuficiente e incompleto porque los signos del enfrentamiento son inocultables.
La explicación es simple. El poder nunca puede tener dos cabezas. Es por eso que el presidente no ha hallado un balance sostenible entre ambas facciones. Porque no hay una cabeza buscándolo, sino dos. Y cada una busca imponer el suyo. Es, pues, un objetivo político imposible y la inestabilidad creciente es ya incompatible con toda forma de gobernabilidad.

No es, en verdad, ninguna sorpresa. La izquierda ha llevado al gobierno su inveterada e invencible vocación por la división. Y esto ha desembocado en su incapacidad de articular un programa de gobierno viable entre quienes hoy se contentan con intentar gobernar una nave que conocen mal y quienes en un delirio político trasnochado quieren refundar la realidad, como si la historia permitirá comenzar de cero sobre una mesa vacía.

No será la primera vez. La historia de Salvador Allende en Chile es un referente. El experimento terminó cuando, al no haber inversión, la oferta no pudo responder a la demanda generada por el gobierno que puso al pueblo cada vez más dinero en el bolsillo. Al final, el país se queda sin dólares y la devaluación masiva dispara la inflación incontenible que empobrece a un pueblo desesperado.

Es lo que se está incubando acá. En la minería, que mantiene a flote la economía, ya es evidente lo que pasará. El gobierno pondrá un impuesto a la “sobreganancia”. Los mineros lo pagarán sin protestar. Pueden esperar. Pero lo pagarán sacrificando la reinversión de sus utilidades. Las minas seguirán con la inercia que traen, pero en dos o tres años la exportación disminuirá y los dólares faltarán. Entonces la devaluación llegará.

Y al final, cuando el gobierno se haya ido, las minas todavía estarán ahí.

El presidente Castillo, en suma, se verá obligado a elegir. Tendrá que escoger con quién gobernar. O dará de tumbos en lo que sigue hasta caer.