La guitarra ausente de César Sierralta
Estas fiestas de carnavales en Ayacucho, a pesar de las heridas y el dolor del pueblo, a pesar de haber disfrutado cantando, bailando y tocando para llevar y recibir un poco de alegría junto al pueblo ayacuchano, la tristeza invadió todos mis sentimientos desde que pisé suelo huamanguino. No encontré a varios de mis amigos. Me dolió no encontrar, en especial, a César Sierralta y a Carlos Rubén Morales Chávez. Sus espacios en La Comparsa donde participamos se sentían vacíos, era, es, una realidad que no había asimilado sus partidas.
Esta mi columna la dedico al compositor, músico, cantautor, actor y, sobre todo, excelente persona y amigo: César Eliot Sierralta Tineo. A quien pensé encontrar en las calles de la noble y señorial Huamanga; pensé ilusamente que con su desbordante personalidad seguiría irradiando alegría, jocosidad y galanteando a cuanta bella dama cruzara su mirada; pensé que seguiríamos entonando nuestros carnavalitos, guitarra en mano, para imponer con su voz y terminar zapateando nuestros huaynitos; pensé ilusamente que todo lo que había pasado era apenas una de esas pasajeras noticias que las aves malagüeras nos traen cada vez que la vida se ensaña con nosotros. Sin embargo, a pesar de que su presencia y su voz están ausentes, y eso nos duela en el alma, la vida, cruel y dura, debe continuar. Por eso, estos carnavales lo dedicamos a nuestros angelitos porque “Muchos amigos se fueron sin poder despedirse / muchos amigos se fueron sin poder disfrutarte” y le pedimos cuentas a esta y a todas las plagas del porqué se llevaron a nuestros seres queridos.
A César lo conocían como el Tuno Gallo en la Tuna Universitaria San Cristóbal de Huamanga, es autor de bellas canciones: Padre, Tragos amargos, entre otras que se siguen entonando. Se identificó mucho con Huamanga, con el pueblo de Los Morochucos y con la Asociación Cultural Cangallo Corazón. Por eso su familia y amigos debemos aceptar que viaja a la eternidad “Por el sendero de las praderas montado en tu caballo”.
De vuelta a casa, aún con los estragos en cuerpo y alma, vuelvo a los buenos tiempos y alegra escuchar tus canciones: “Cuando el amor es sincero, sincero se debe amar en el amor”. Alegra también ver que tus herederos continúan con orgullo, tus sanas y buenas costumbres. Eso confirma, una vez más, que la muerte es apenas un paso por la vida. Que la fiesta continúe, querido César.
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