La forma de gobierno para el Perú (2)
El parlamentarismo nace en la Edad Media y evoluciona lentamente a través de los siglos, adecuándose a la realidad política y a las necesidades tanto de los detentadores del poder como de los grupos sociales emergentes. Es así como en el Reino de León, en la península ibérica, por primera vez los nobles se reúnen en las Cortes Generales con delegados elegidos por pueblos y comarcas, quienes negocian su voto en favor de la creación de impuestos para la Corona, a cambio de privilegios y monopolios en favor de la economía de sus electores. Así, es posible afirmar que aún antes que el parlamento cogobierne formalmente con el Rey, como resultado de la Revolución Gloriosa de 1688, ya participaban los principales grupos burgueses en los procesos de decisión política.
La figura del jefe de Gobierno se configura casualmente en 1721 porque el Rey de Inglaterra hablaba inglés y prefiere residir largas temporadas en sus dominios en Hannover; designa Canciller del Tesoro al líder del partido Whig, el mayoritario en la Cámara de los Comunes, para así asegurarse el apoyo del Parlamento. De esa manera, Robert Walpole comienza a dirigir el Gabinete convirtiéndose en virtual jefe de Gobierno, hecho que sería considerado parte de la Constitución y luego elemento esencial del parlamentarismo. Los jefes de Estado encargan la formación del gobierno al diputado líder del partido que obtuvo la mayoría en la Cámara representativa.
Siguiendo el ejemplo inglés, los países europeos fueron saliendo del absolutismo, la moda en la Edad Moderna, fortaleciendo sus asambleas representativas en respuesta a la evolución de la cultura política de sus sociedades. El parlamentarismo permitió la incorporación de las clases medias a los procesos de decisión, desplazando pacíficamente a la aristocracia agraria de los espacios de poder, propiciando con ello la formación de partidos organizados y programáticos, así como la creación de nuevas élites a través del ejercicio de la política gracias a la dinámica entre gobierno y oposición, trasladando la voluntad del elector que vota por un programa, no solo por una imagen, con los filtros de su partido y de su representante parlamentario, evitando el peligro de la elección directa del gobernante.
El que exista solo un mandato popular, surgido de las elecciones parlamentarias, evita la innecesaria confrontación del Ejecutivo con un Congreso políticamente adverso, y disminuye el riesgo del populismo competitivo, tan nocivo en la historia latinoamericana.