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La exitosa venta de un modelo fracasado

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Fecha Publicación: 29/07/2024 - 22:20
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¿Por qué los regímenes socialistas deben no solo reprimir duramente a sus ciudadanos, sino también infiltrar el tejido social natural con una red de informantes, comisarios de vecindad y de gremio, policía política y compra de conciencias, ya sea por miedo o por dádivas? La evidencia que nos entregan sucesivas décadas de historia del siglo XX y del actual señala siempre en una dirección: como el régimen sustituye la iniciativa de los particulares por la mentalidad de los funcionarios del partido único o predominante, las decisiones económicas generan pobreza, carestía y corrupción. Mientras que el emprendedor piensa en cómo mejorar su producto, perfeccionar su modelo de negocio, disminuir costos al tiempo que aumenta la calidad y con ello adquiere más presencia en el mercado, el funcionario debe dar la apariencia de obedecer las directivas de quien depende su permanencia en el cargo, pero estará alerta a trasladar la responsabilidad de cualquier inconveniente hacia otros colegas, hacia los minoristas o a los propios consumidores. De ese modo, desde Lenin a Mao, Velasco, Allende y Maduro, la causa de los graves problemas de producción y de distribución no está en el haber ignorado las leyes de la economía, sino en el comportamiento “contrarrevolucionario” de los ciudadanos.
Y claro, deben hacer muros para que su gente no escape, secuestrar a la familia de los atletas cuando salen a competir u organizar gigantescos fraudes para obtener el anhelado resultado electoral. En Cuba, por ejemplo, el régimen suele ganar con cifras cercanas al 100% de las preferencias, en Venezuela se ha encarcelado o inhabilitado a los candidatos con mayor popularidad, mientras se finiquitaba la maquinaria para robar la elección presidencial, a pesar de que las preferencias oficialistas apenas bordean el 20% que comprende el bolsón de menesterosos que dependen exclusivamente de la dádiva estatal. Curiosamente, los mismos políticos y académicos que justifican el totalitarismo cubano y el autoritarismo venezolano denominan “dictadura” al débil gobierno peruano, como si lograr cierto entendimiento con la mayoría parlamentaria fuese un acto antidemocrático y no, el legítimo y necesario para legislar; otro tema es que por cada buena ley se aprueben tres malas, pero es lo que el electorado ha votado.

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