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La desesperanza de la automatización

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Fecha Publicación: 06/02/2025 - 21:10
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La proyección que tiene La Metamorfosis de Kafka es muy particular. Cuando se refiere a la conversión de un hombre en un enorme insecto ya se estaba refiriendo a lo que nos hemos convertido ahora. La rutina se ha trasformado en una práctica que nos automatiza. Cada mañana, cada tarde, cada noche, y así todos los días, sin cambios, ir al trabajo, retornar, mientras se realizan las mismas tareas siempre, como si fuéramos unos robots programados en circunstancias pauteadas con anticipación. Y, así, en automático, hemos terminado siendo esos insectos enormes que no saben con seguridad cómo llegaron a esa situación.
A Gregorio Samsa le sucede algo muy particular. Una mañana se levanta con un caparazón, un vientre convexo surcado por callosidades e innumerables patas. Sin embargo, a pesar de que ello le causara sorpresa, no le importa mucho. Como nosotros, ahora, había cumplir con la rutina, con la automatización. Su preocupación se centra no en sí mismo, sino en el trabajo: “Él mismo no se encontraba especialmente espabilado y ágil; e incluso si consiguiese coger el tren, no se podía evitar una reprimenda del jefe, porque el mozo de los recados habría esperado en el tren de las cinco y ya hacía tiempo que habría dado parte de su descuido. Era un esclavo del jefe, sin agallas ni juicio”. De esta manera, el espacio laboral y la sociedad misma se convierten en un elemento opresor. No hay forma de escapar de ellos y pareciera que se ha hecho real esa imagen distante que veíamos hace años donde las máquinas poblaban el mundo en el nuevo siglo: esas máquinas somos nosotros.
La desesperanza de la automatización, de saber que somos otros, incluso deshumanizados, nos aleja de la propia realidad: “A veces permanecía allí tumbado durante toda la noche, con insomnio, rascando el cuero durante horas. Otras veces se ocupaba de empujar una silla hasta la ventana, trepar hasta el antepecho y, subido a la silla, apoyarse en la ventana a mirar a través de ella. Eso le recordaba la libertad que sentía cada vez que se apoyaba en ese lugar. Día a día veía cada vez con menos claridad las cosas, por más que fuesen cercanas”. Así, la aceptación de nuestra nueva realidad es lejana y a veces hasta inimaginable. Sin darnos cuenta, nos rehusamos a aceptarla. Es más, nos hemos acostumbrado tanto a esta nueva forma que la hemos naturalizado. De esta manera, cada uno de nosotros termina siendo un nuevo Gregorio Samsa.

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