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La descomposición de nuestra sociedad

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Fecha Publicación: 20/06/2022 - 22:40
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La actividad política exige a sus actores principales singulares capacidades: inteligencia superior, honestidad, desprendimiento, experiencia, astucia, carácter; además, visión de Estado y patriotismo. Eso ya no se aprende necesariamente en el colegio ni en las universidades, y nada garantiza ya que las posean quienes ingresan a los espacios de decisión más importantes del país. Hace algún tiempo esa tarea formativa la realizaban los partidos políticos, vistos como organizaciones nacionales permanentes que, desarrollando una acción política coherente con las tendencias e intereses que representaban, se preocupaban también por reclutar y preparar cuadros juveniles para contar con generaciones de relevo a sus autoridades.

Es cierto que las reglas electorales ya venían debilitando al sistema de partidos, el voto preferencial y la proliferación de movimientos “independientes” regionales y locales, paulatinamente asfixiaron a las organizaciones nacionales al incentivar el individualismo y el inmediatismo. Por último, la grave confrontación surgida a partir de la elección presidencial de 2016 impulsó una extrema judicialización de la política, pasando los programas y el debate de ideas a un tercer plano, mientras que los antiguos cordiales adversarios se transformaban en enemigos dispuestos a encarcelar a opositores y disidentes. La teoría nos enseña que cada crisis política ocasiona una reacción de vacío en los espacios más afectados, permitiendo el surgimiento de populismos de variado signo, catapultando a demagogos y aventureros, carentes de toda capacidad para liderar sociedades y pensar en función del bien común.

Peor aún, sufren también las normas constitucionales y legales, pues el Derecho se convierte en arma arrojadiza para infringir daño a los grupos rivales e inevitablemente las instituciones esenciales de la República son dominadas por intereses subalternos que las utilizan como piezas de su ajedrez político. Solo así puede explicarse que jueces supremos, cuyas conversaciones privadas fueron grabadas durante casi un año, elijan a un militante de extrema izquierda como titular del organismo electoral; que parte de los grupos parlamentarios usen el poder conferido por el pueblo para negociar su permisividad a la insoportable corrupción gubernamental a cambio de consolidar mezquinos intereses particulares; que el sindicato de trabajadores de la Defensoría use a una jueza para oponerse a la constitucional renovación del Defensor del Pueblo a cargo del Congreso; que parte de la Policía se convierta en contratista de Palacio evitando detener a los aliados, amigos y familiares del Presidente. Mientras se descompone el Estado, gran parte del periodismo se deja seducir para levantar cortinas de humo, actuando como el presentador de circo pobre, indiferente al inminente colapso de la carpa.

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