La derrota del Partido Demócrata
Al gobernante le conviene conservar los principios, pues estos iluminan la acción política, que usualmente responde a la oscuridad de las necesidades inmediatas. Uno de los más importantes es el que pone al ciudadano por encima de las aspiraciones del gobernante. Suena fácil, pero no lo es. La democracia representativa exige el desarrollo de un programa, sustentado en la perspectiva ideológica del gobernante, pero íntimamente ligado a las necesidades más significativas de su electorado y a los verdaderos intereses del país. La pérdida de la conexión entre representantes y representados suele conducir a la derrota.
¿Cómo es posible que en uno de los países más respetuosos del Estado de Derecho y de la honestidad en el servicio público haya ganado la presidencia, y con holgura, un demagogo de formas controversiales, arrastrando condenas judiciales? ¿Por qué el partido de los académicos, artistas y periodistas supuestamente influyentes ha sido electoralmente humillado?
El Partido Demócrata, imitando a la socialdemocracia europea, optó por adherir a la moderna agenda del marxismo gramsciano. Abandonó a los trabajadores, porque la postura extremista de evitar el cambio climático, postergando la economía, ha restado vitalidad a la industria norteamericana, generando incertidumbre en torno a mantener la calidad de vida de sus ciudadanos. De hecho, los elevados impuestos en los estados demócratas sirvieron para subsidiar a migrantes extranjeros y han provocado que los inversionistas se marchen, junto con los empleos que generan, mientras que la crisis económica ha seguido empobreciendo a los estados bisagra, en especial a los del denominado “cinturón del óxido”. Insensible, el gobierno federal ha seguido destinando fondos a Ucrania para sostener de manera ficticia una guerra que en nada puede beneficiar al trabajador americano.
Tampoco agrada a la mayoría de electores que el Partido Demócrata sea el brazo político de agrupaciones extremistas como ANTIFA, del feminismo radical y LGTB, introduciendo en los colegios de sus hijos la propaganda de género en procura de otorgar mayor mercado a la industria de mutilación, hormonización y aborto libre hasta el noveno mes. Y aquí encontramos la causa del debilitamiento del voto hispano, que prácticamente está igualado entre demócratas y republicanos, pues sus valores culturales son ridiculizados a diario. Su fe, la familia tradicional, la cultura del esfuerzo, el matrimonio y la maternidad son tan despreciados por la prensa progresista como los hombres blancos y heterosexuales.
Es así como trabajadores e hispanos fueron decisivos para que Trump gane en los estados indecisos. Para asegurar la continuidad del apoyo de esas dos categorías sociales, se espera que el republicano mantenga la batalla cultural en procura de vencer a la ideología progresista y la cultura woke, herederas del marxismo de Gramsci; esperemos que su triunfo se vea reflejado en nuestro país.
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