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La democracia es representativa

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Fecha Publicación: 26/10/2020 - 20:20
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Los primeros partidos políticos fueron los tories y los whigs. Los primeros defendían los intereses de los propietarios agrarios y ganaderos frente al expansionismo de las ciudades y los ferrocarriles; mientras que los segundos se identificaban con los intereses de los gremios, de las clases medias emergentes deseosas de participar en los procesos de decisión política. Ya era evidente que quien pretendiera asumir la representación de las tendencias de todo el pueblo era un simple demagogo, pues la sociedad comprendía a grupos sociales con distintas necesidades, contradictorias entre sí. Los partidos surgieron para representar esos diferentes intereses, gestionándolos en los espacios donde se decide su destino. Nadie puede presumir de tener toda la verdad, solo es posible representar la corriente temporalmente mayoritaria, respetando las perspectivas minoritarias y buscando concertar criterios con sus intermediarios. Así, en los parlamentos se reúnen los intermediarios de las principales corrientes de opinión para debatir, negociar y acordar medidas legislativas coherentes con las distintas visiones programáticas; hacen política para beneficiar a sus electores y mantener su confianza.

Los autócratas de la historia, interesados en destruir la democracia en los distintos períodos de su evolución, discutieron la validez de sus principios tratando de vaciar su contenido. Así, tanto el victorioso general romano Julio César como el presidente francés Luis Bonaparte dinamitaron sus respectivas Repúblicas mediante la manipulación del electorado, siempre dispuesto a ser seducido por caudillos carismáticos y generosos. Desde entonces, el cesarismo plebiscitario ha sido el modelo recurrido por numerosos tiranos; sus principales tácticas han sido recogidas tanto por el populismo radical como por el marxismo cultural: desacreditar el concepto de democracia adjudicándole tareas ajenas; sostener que el mecanismo de representación política ha quedado conceptualmente superado por las ‘asambleas participativas’, organizadas por ‘movimientos sociales espontáneos’ liderados por representantes de las minorías sociales organizadas y militantes del ‘nuevo orden’; y propiciar plebiscitos y referéndums convocados desde el Ejecutivo que puede fidelizar a millones de electores, mediante costosos subsidios y programas sociales que son financiados con alzas de impuestos, los mismos que paradójicamente, ocasionan la disminución de inversiones y por tanto, de empleo; los ciudadanos que no encuentran puestos de trabajo se convierten en súbditos, pues su diario sustento depende de la voluntad del gobernante.

En esas condiciones, el referéndum siempre obtiene la respuesta que el poder ha previsto. Las decisiones ya no tienen que ser consensuadas mediante la política, basta el grito de las ánforas; el ganador tiene toda la razón, el perdedor, ninguna. Donde no se hace política, no existe democracia.