La cuarta ola: es una ola de Chicama
Como desafina aquel ebrio mítico: “Sorpresas te da la vida, ay Dios”, ya que la pospandemia, a la par de traernos el aumento de la pobreza y el declive del empleo (8.5 millones de “inactivos”), ha acentuado la ola migratoria en un 223 % –pasando de 85 mil en el 2021 a 278 mil en el 2022, la mayor sangría de la historia, que coincide con el desastroso gobierno del “sacha socialista” Pedro Castillo.
Al año siguiente, en plena recesión económica (2023), la migración amenguó: 198 mil, mientras que en el 2024, el déficit negativo entre ingresos y salidas ascendió a 157 mil, que si bien no se contabiliza como migrantes, es porque aún no han pasado más de un año fuera del país. Y, en el I trimestre del 2025, el déficit bordeó los 40 mil, lo que indicaría que sumarían 160 mil en el 2025.
A la uruguaya: “El último que apague la luz”.
La primera ola migratoria ocurrió después de la II Guerra Mundial, cuando Europa se reconstruyó con el Plan Marshall y EE. UU. dio un salto económico, entre los 50 y 60.
“Entonces, la migración no era una necesidad, sino que existía alta demanda de capital humano”, señala el antropólogo Teófilo Altamirano Rúa, quien agrega que la segunda ola se dio en los años 70 con el golpe militar de Juan Velasco Alvarado. “EE. UU. se colocó como el principal destino de migrantes desde 1970” (OIM 2024), añadiendo: “La tercera ola nace en los 80 en el período del terrorismo y la hiperinflación, que dura 12 años”. Luego, las salidas se estabilizaron en un promedio mayor a 40 mil.
Es importante resaltar que en el siglo XX apenas emigró el 5.7 % de la actual legión peruana en el extranjero (INEI). No obstante, una cuarta ola migratoria se gestó entre 2003-2019 –coincidiendo con la reactivación económica–; no obstante, la pobreza permaneció inalterable, llegando a un pico de 202 mil (2008), desde donde empezó a caer hasta un punto de inflexión de dos dígitos en el bienio 2020-21. “Se creó un embalse de tres años”, acota Altamirano, que atribuye a la limitación de vuelos internacionales (y pasaportes), restricciones de ingreso en el extranjero.
Ergo, la cuarta ola sería tan larga como las olas de Chicama.
Actualmente, 3.5 millones viven en el extranjero, lo que representa el 10.3 % de nuestra población, habiendo triplicado el promedio mundial (3.6 % – OIM); es decir, si bien no somos gitanos, ahí vamos. Mientras el 37 % de los migrantes partió en el decenio 2000-2009, el 40 % lo hizo en el decenio 2010-2019, siendo el mayor porcentaje del éxodo femenino (51.8 %), a diferencia de la corriente mundial.
Los países preferidos son: Chile 27.4 %, EE. UU. 15 %, España 13 %, Bolivia 12 %, Ecuador 9 %, Argentina 4.3 %, etc. Sin embargo, muchos peruanos que partieron hacia Chile terminaron en Argentina, al igual que a Bolivia.
De estos migrantes: 22 % son estudiantes, 13 % empleados, 11 % trabajadores del hogar, 10 % amas de casa, 10 % profesionales y 5 % técnicos.
Las remesas del exterior han crecido desde US$ 2,839 (2012) a casi el doble: US$ 4,944 (2024), un per cápita anual de US$ 1,400 (BCR), ocupando el tercer lugar en Sudamérica, después de Colombia con US$ 11,830 millones con más de 6 millones (per cápita de US$ 1,900) y Ecuador US$ 5,943 millones con 2.4 millones (per cápita US$ 2,500).
Somos más “coñetes”.
Finalmente, una encuesta revela que el 57 % quería irse del país ante el declive económico (Ipsos 1/9/24).
¿Solo nos queda el 2026? ¿O elegimos a un ser racional? ¿O decimos adiós?
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