Iván Cruz y el duelo del bolero
En el bar de la esquina un grupo de sesenteros canta a toda voz “Déjenme vivir mi vida / yo no soy malo con nadie / Si soy un borracho / si soy un perdido /si soy mujeriego / si soy un bandido / lo hago en mi mundo / yo soy vagabundo”. Sus voces se opacan lentamente. De pronto el lamento, la pena y las lágrimas invaden la escena. La música continúa, el bolero se hace interminable, el ausente se hace más presente, está vivito y entonando. Los hombres tararean y tararean, miran al cielo, lo buscan, sus voces se quiebran. La música continúa, la voz suena potente “A nadie le pido, a nadie le debo / y aunque no lo crean / con todos me llevo / lo hago en mi mundo, yo soy vagabundo”. Sin aliento, sin fuerzas, vuelven la mirada al cielo y la música lentamente se apaga: Iván Cruz partió a la eternidad. Víctor Francisco de la Cruz Dávila, es el nombre real del mítico Iván Cruz. Sin duda alguna, uno de los más grandes exponentes del bolero en el Perú y Latinoamérica, por eso tiene bien ganado el nombre de ser el ídolo del bolero. Desde niño fue “Iván el terrible”, igual a su padre, su abuelo, su tío, igual al Zar de Rusia, como él mismo lo admitió.
Desde niño fue influenciado musicalmente por sus padres, quienes estuvieron muy vinculados al arte. Esa influencia fue mayor aún luego de la separación de ellos y es cuando, todavía niño, queda bajo el cuidado de sus abuelos, una familia de coracoreños: su abuela, una respetada soprano de coloratura, y su abuelo, violinista, charanguista y cantante de música folclórica. En su nuevo hogar se respiraba música ayacuchana mañana, tarde y noche: huainos y yaravíes. Ese fue el escenario donde se iba forjando el futuro Iván Cruz.
Cantó al amor, al desamor, a la vida, a los eternos enamorados, cantó para todos. Instaló su reinado y se paseó como quiso por todos los escenarios, no por gusto se le llama “El rey de las cantinas”. A lo largo de su vida artística logró ganar doce discos de oro y varios de platino por sus emblemáticas canciones que son verdaderas “cortavenas” y resonarán siempre. Cómo olvidar “Déjenme vivir mi vida”, “Ya te conozco”, “Dime la verdad”, entre tantos hermosos boleros. Cómo olvidar mis días de estudiante, allá en La Cantuta entonando “Ajena”. Ahora me conformo con imaginarme brindando unas copas con el gran Iván en un bar de Chosica. Disculpen, pero llevo en silencio este duelo.
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