Institucionalidad por los suelos
No es novedad que una de las peores herencias del desgobierno del inepto, vacado y corrupto Castillo fue la continua demolición de la poca institucionalidad que le quedaba al Estado, convirtiendo el aparato burocrático en un botín del que medró la gavilla de parientes y allegados del chotano que llegaron en bandada –como que eran una banda- liquidando todo atisbo de meritocracia y profesionalismo en la dirección y gestión públicas.
No vamos a negar que producida la sucesión presidencial en cabeza de doña Dina algo se ha recuperado en este campo empezando por una leve mejoría en el Gabinete Ministerial y la Alta Dirección del Ejecutivo y en materia del funcionamiento de la burocracia gubernamental. Sin embargo, ese poco se halla lejos de ser aceptable dado el profundo daño producido por la plaga Castilleja –que aún pulula en diversos mandos de las entidades públicas junto con morrallas similares anteriores– y por la pervivencia de la nefasta costumbre en el Régimen transitorio sea desde Palacio o del Congreso– de continuar socavando la precaria institucionalidad estatal sacando y metiendo funcionarios a su antojo y/o pulverizando la autonomía de entidades incluso con rango constitucional. Pruebas al canto.
El desaguisado que acaba de ocurrir con la Autoridad de Transporte Urbano (ATU) de Lima es de escándalo por no decir doloso. Como el Gobierno no podía sacar a la bruta a su jefa, éste zurrándose en la autonomía legal de que goza la ATU crea mediante un inconstitucional Decreto Supremo la causal de “pérdida de confianza” y zas la remueve del cargo con el fin –según todos los indicios– de favorecer, entre otros entuertos, la operación de los nefastos “autos colectivos” que atentan contra el sistema integrado de transporte profundizando el caótico e insoportable tránsito en la metrópoli. Desde el Parlamento más perlas: proyectos de ley para influir o menoscabar a la carta órganos con autonomía constitucional (ergo, Junta Nacional de Justicia, Defensoría del Pueblo, etc.). Como repetía nuestro abuelo: el Perú es un país de opereta, por no decir una tragedia griega redoblada.
Ya, señores, paren la mano que se les acaba el tiempo. Entiendan de una buena vez: sin el respeto a la institucionalidad no existe Estado ni Nación con futuro democrático. ¡AMÉN!
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