Incentivo para concertar
Entregamos esta columna sin conocer los resultados electorales. Se prevé un final sumamente ajustado, en el que ambos candidatos podrán sumar algún punto adicional en las proyecciones del lunes y martes. Lo cierto es que ellos no cuentan con el respaldo sincero y programático de la mayoría del electorado, en realidad ninguno superó el 20% en primera vuelta, y es posible afirmar que la mayoría de los votos obtenidos el domingo fueron el fruto efímero del posicionamiento ideológico y del manejo personal de prejuicios; incluso, del humor provocado por detalles insignificantes el mismo día electoral.
De esa manera, se hace evidente que cualquiera sea el candidato vencedor, tendrá el mandato de concebir un programa de gobierno negociado principalmente con las fuerzas políticas que le dieron apoyo y confianza, e incluso deberá tener la lucidez suficiente para entender que no se debe gobernar, ni mucho menos hacer cambios significativos en el régimen político y económico, teniendo como enemigo a la mitad del país. Un triunfo electoral en segunda vuelta es matemática efímera, una simple fotografía de un instante feliz. Si la mayoría de electores no se sienten comprometidos con la opción elegida en primera vuelta, el porcentaje se multiplica en la segunda vuelta. La base política para el próximo gobierno debe ser construida haciendo verdadera política.
Para eso tenemos el voto de confianza en la Constitución actual, un instrumento que pretende ser un incentivo para la construcción de la necesaria mayoría gubernamental. No existía en la Constitución de 1979, no fue necesario con Belaúnde II y García I porque de forma natural lograron reunir el apoyo necesario, pero Fujimori no supo o no consideró importante obtenerlo, propiciando una confrontación que lo condujo a un autogolpe. En el último quinquenio no faltaron los asesores que usaron la polarización para reemplazar el consenso, pero al final, un presidente renunció y el otro fue vacado. La enseñanza es clara, el voto de confianza invita al presidente sin mayoría propia, a negociar y otorgar espacios de poder a los grupos parlamentarios que le brinden apoyo, aumenta controles políticos, y evita que el inquilino de Palacio gobierne de manera individualista, invitándolo a buscar un equilibrio entre el presidencialismo, interdependencia por coordinación; y el parlamentarismo, que es interdependencia por integración.
Es más, como en Francia, la evolución de la cultura política hará posible construir gobiernos con mayoría parlamentaria convocando incluso al líder opositor para formar gabinetes que expresen pluralidad y ostenten popularidad. El verdadero desarrollo requiere estabilidad y concertación, nuestro país merece el esfuerzo.
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