ÚLTIMA HORA
PUBLICIDAD

Imperfecciones paternas

Imagen
Fecha Publicación: 13/06/2024 - 20:20
Escucha esta nota

Hace cinco años, en estos momentos en que escribo esta columna, estaría pensando cómo visitar a papá y tentar la posibilidad de hacerlo sonreír en lo que serían –seguramente– sus últimos años. Entrábamos en estado de reposo, como muchas familias, seguramente, esperando que el día pase por aquella imagen ausente. En nuestro caso, esa imagen ausente tuvo una proyección inversa. Papá no desapareció de pronto y no volvimos a verlo nunca, sino, por el contrario, poco a poco, con el paso de los años, fue reconstruyéndose a partir de retazos de recuerdos.

Por eso, alguna vez, quisimos que papá hubiera nacido viejo, porque solo cuando estuvo viejo existió, pero cuando quiso hacerlo y cuando nosotros decidimos intentarlo, ya teníamos muy poco tiempo para reemplazar los retazos por recuerdos más completos. Por eso, los días en que celebrábamos a papá se habían convertido en días que no guardábamos en la memoria, y alguna vez me pregunté si esa misma experiencia me tocaría pasar cuando yo me encuentre en el lugar donde él estaba. De haber sido como papá, seguro no me hubiera importado. Los padres han experimentado una sensación de fortaleza para esas situaciones más allá de la idea prejuiciosa de ser el sexo fuerte, y también se rinden ante la sensibilidad de un abrazo, aunque haya que disimular las heridas.

Hace cuatro años papá se fue. Ese año en que lo vi por última vez tuve la necesidad de abrazarlo por razones que a veces uno no comprende totalmente, pero que prefiere advertir. No lo hice como ahora hubiera querido. Y, claro, cuando ya todo se ha desmoronado, uno entiende que el tiempo perdido es una fiera que abre las fauces para desaparecer toda esperanza que tengamos. Ese día, la última vez que lo vi, almorzamos por mi cumpleaños y tomamos dos cervezas mientras conversábamos como dos amigos que se reencuentran. Era extraño tener esa sensación de vacío, a pesar de estar acompañado, a pesar de que aún no se había ido.

Y es que en realidad no se fue porque quiso, sino porque el Covid arrastró sus últimas ganas de celebrar un día del padre con sus hijos, esos con los que muchas veces discutió hasta comprender que las peleas son inútiles cuando llegamos a viejos; esos que tontamente idealizaron, alguna vez, la imagen de un padre que no se equivocara tanto como él solía hacerlo. No existe padre perfecto; los imperfectos somos nosotros. Ahora, desde la otra orilla, todo se entiende mejor.

Mira más contenidos siguiéndonos en FacebookXInstagram, TikTok y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.