¿Hasta el 2026?
No sabemos si la jefa de Estado es aficionada al popular programa televisivo latinoamericano “Caso Cerrado” y, si no lo es, al menos lo parece. En su última declaración sobre el ya dudoso adelanto de elecciones generales, anunció con una seguridad que bien debería demostrar en otros campos de la gestión pública –empezando por Puno- que esta posibilidad se encuentra fuera de la agenda y “cerrada” y que se queda con la banda presidencial hasta el 28 de julio de 2026. ¿Es tan así? Veamos.
Producido el rocambolesco y fallido autogolpe con la consecuente vacancia por permanente incapacidad moral del nefasto Castillo, doña Dina asumió la condición de Primera Mandataria por sucesión constitucional. Su legalidad de origen es indiscutible nos guste o no y ya es tarde para remontarnos a cuestionar la limpieza y validez de los comicios celebrados en el 2021 que hoy la llevan a ocupar el sillón de Palacio de Gobierno.
Empero, una cosa es la legalidad y otra la legitimidad –no confundir con la simple popularidad ciudadana- para el ejercicio del cargo presidencial y cuya fragilidad desde el inicio determinó que la propia sucesora consciente de la grave coyuntura que enfrentaba y de la naturaleza cada vez más transitoria del Régimen, propusiese al Congreso de la República elecciones anticipadas para el 2022 o 2023.
Ante la profunda crisis política, social e institucional que sufría el país, ésta parecía la mejor alternativa que, sin embargo, terminó frustrándose y como una suerte de inercia reforzada por la alianza de intereses de supervivencia entre el débil Ejecutivo y el desacreditado Parlamento lo que asomaba transitorio se convirtió poco a poco en lo que ahora tenemos y que apunta –por decir algo- a completar el periodo constitucional en el 2026. Y se supone que a ello vamos, “hermanos y hermanas”, todos felices y unidos detrás de este gobierno “malagua” que flota y apuesta a durar.
Mas, no se equivoque, doña Dina, y no lo afirmamos sólo por las lapidarias encuestas en las que tres de cada diez peruanos la desaprueban y dos de los mismos diez rechazan al peor Legislativo de este siglo. Es la ausencia de una oposición democrática viable y creíble sumado al vacío de un liderazgo alternativo, lo que explica, principalmente, este estado de cosas y la todavía permanencia de un precario régimen visto por la mayoría de la ciudadanía –nos incluimos- como el mal menor por el tiempo que dure. No obstante, no se haga muchas ilusiones.
Si no es capaz de restaurar el principio de autoridad, el orden público en todo el territorio y la confianza interna e internacional impulsando como se debe el crecimiento económico y el desarrollo de la población, sobre todo en este año tan adverso por diversos factores, difícilmente podrá Ud. y su Gabinete tener la certeza de lo que podrá suceder en el corto o mediano plazo. Falta mucho para el 2026 y bastante más lo que debe hacerse para llegar legítimamente a esta meta. ¿O no? ¡AMÉN!
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