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Hablar con la sonrisa

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Fecha Publicación: 02/07/2020 - 20:30
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Hace un mes que no hablo con papá. En realidad, debe ser un poco más, pero es hace un mes que también dejé de verlo, no porque yo quisiera, sino porque a veces las decisiones no las tomamos nosotros, sino son ellas las que nos toman y solo nos queda aceptar. Así lo aceptamos hace un mes, y desde entonces nos dejamos de hablar.

Esa última vez que le hablé, no todo estuvo bien. Algo no permitía acercarnos y, claro, a veces es mejor no entenderlo todo, porque si así fuera, sería un poco aburrido que no haya cosas por descubrir. Así, papá, sin querer y sin proponérselo, me enseñaba a descubrir muchas cosas, incluso más de lo que me hubieran enseñado los libros. Papá no era muy amigo de los libros, pero no le hacía daño que yo lo fuera. Todas las tardes cuando venía a verme, a veces me preguntaba qué leía, a veces solo me observaba desde lejos. No había más y no tendría por qué haber más. No era necesario, porque así me enseñó, sin hablar, cuando todas las mañanas de esa pubertad me llevó al mercado a trabajar y me mostró otra vida que desconocía. O cuando me compró aquel prospecto de la UNI para que sea el ingeniero que debí ser o cuando era mi copiloto cada vez que nos íbamos de viaje hacia el norte.

Con los años papá aprendió a hablar con la sonrisa. Sentado en ese sillón de su sala cada vez que lo visitaba, me hablaba de esa forma, y esa era la mejor manera de estar con él. Por eso, hoy, 3 de julio, después de un mes que no lo escucho, él me sigue hablando con otras formas posibles, de muchas, de todas las que pueda imaginar cada vez que cierro los ojos y sé que está a mi lado, hablándome con la sonrisa.