¡Gloria al bravo pueblo!
El viernes pasado, debió jurar como nuevo Presidente Constitucional de Venezuela Edmundo González Urrutia, legítimo ganador de los comicios celebrados en julio del año pasado. De acuerdo con el cómputo nacional en base a las únicas actas del proceso electoral exhibidas y cuya autenticidad fue validada por el Centro Carter, el observador internacional más creíble e, irónicamente, “autorizado” por el propio régimen dictatorial, González Urrutia obtuvo el 67 % de los votos contra el 30 % del dictador Maduro. Una paliza inapelable por el doble de los sufragios.
En condiciones de normalidad democrática, el 10 de enero debió producirse la transmisión del mando presidencial y el desalojo del dictador del Palacio de Miraflores, todo ello atestiguado por los Jefes de Estado y de Gobierno más representativos de las democracias del continente americano, del Reino de España y de otros países. Pero no. Defraudando por enésima vez la palabra empeñada y lo acordado en Barbados, el usurpador Maduro, con la complicidad del servil Consejo Nacional Electoral y de la sumisa e incompetente Sala de la Corte Suprema, que nunca demostraron acta electoral alguna, terminó espuriamente proclamado Mandamás de la Patria de Bolívar por otro sexenio que estamos seguros jamás completará.
Cómo ha sido de deslucida la atropellada farsa en el remedo de Asamblea Nacional venezolana, que el dictador solo pudo colocarse la banda en presencia de dos mandatarios de nuestro hemisferio tan o más desacreditados que él mismo por antidemócratas, y después de haber militarizado totalmente la capital caraqueña, incluido el espacio aéreo, aterrado por la legítima protesta ciudadana y por una paranoica “invasión del desquiciado imperialismo”.
Lo sucedido confirma al menos dos cosas. Dictaduras sanguinarias como esta no pueden derribarse con políticas y estrategias meramente diplomáticas, concesivas o de medias tintas, a riesgo de repetir los mismos errores que llevaron a la II Guerra Mundial. Visto lo visto, habrá que extremar el aislamiento, las sanciones y acciones internacionales contra el dictador y su cúpula de esbirros militares y civiles, estos últimos aupados en lo que se conoce como la “boliurguesía”, que medra en esta despreciable narcodictadura castro-chavista.
Lo otro, es que dictaduras corruptas como la de marras, sustentadas sobre un poder militar, policial y paramilitar de toda ralea, con más generales que los que existen en la fuerza armada norteamericana, difícilmente podrán ser derrotadas por la legítima, más todavía insuficiente, insurgencia ciudadana a fin de erosionarla y colapsarla desde dentro, máxime si cuenta con el apoyo inocultable de las potencias china, rusa e iraní.
Por ello, la corajuda María Corina Machado y el Bravo Pueblo no pueden ni deben quedar solos en su lucha por el rescate de la Democracia y la Libertad en Venezuela, que convoca y obliga a todos quienes creen en la defensa del Estado Democrático y Constitucional de Derecho en el mundo.
¡AMÉN!
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