Gemelos totalitarios
Quién no quiere definirse y etiquetarse cuando las antinomias angustian. La vida perfecta del pensador es aquella en la que todo cuadra. En el liberalismo la soberanía plena reside en el individuo. Isaiah Berlin se refería a la libertad negativa, estar libres de coerción. El problema para los liberales modernos es la agenda encubierta del progresismo que se disfraza de liberal: la ideología de género, el aborto, el laicismo… ¿Podría el liberal asumir la agenda progresista contrariando a su conciencia? De allí que muchos liberales se hayan corrido al conservadurismo, que tiene categorías morales, aunque se reserven para la economía los mismos criterios del minarquismo liberal.
El tema es que, si te dices “conservador”, para el otro serás de “derecha” y, por alguna boba razón, nadie quiere confesarse de derecha o tolerar que le digan “derechista” o “ultraderechista”, adjetivos que suenan tan idiotas por su mala intención como suena “neoliberal”. Si eres de derecha, dilo. Nada hay de condenable, por el contrario, asumirse como tal es intelectualmente honesto. “Sí, soy de derecha ¿y qué?”, la libertad de pensamiento supone la aceptación de lo que eres y defender con energía lo que eres y crees. Te dirán “ultraderechista”, que no es nada, pero que suena a “facho” y, posiblemente te lo diga un comunista, que está más cerca del fascismo que del conservadurismo, porque el cinismo sirve bien para el denuesto.
El conservador cree en las libertades, en el mercado; valora la patria, la fe y la familia. El comunista lanza diatribas a la derecha, pero el comunista y el fascista tienen similitudes que prefieren ignorar, ambos sobrevaloran al Estado, adoctrinan con engaños, son esencialmente colectivistas, son reguladores, desconfían del mercado, su base es el Estado-partido, todo es Estado y todos son del partido o son disidentes. Controlan a los medios y monopolizan la información, el Estado planifica. Distan del liberal y del conservador y mal se hace cuando se tergiversan los términos porque nada hay más facho que un comunista ni más rojo que un fascista, valga la paradoja. En el comunismo y en el fascismo el individuo no existe, es una pieza y como pieza puede morir o vivir, da igual. La fatal arrogancia, diría Hayek si se lo hubiesen soplado, no es solo la vanidad del burócrata socialista, también lo es del fascista. Da igual; la misma sustancia, los mismos esclavos, la misma tiranía, pero diversas maneras de narrarse.
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