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Esa película ya la vi

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Fecha Publicación: 28/08/2021 - 23:00
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En un balance de la presentación del Gabinete en el Congreso, estimamos que la suma de todo lo ofrecido por Bellido iba a costarle a los peruanos como mínimo 9 mil millones de soles. Nos quedamos cortos. Al día siguiente, el propio Francke reveló la verdadera cifra: 12,500 millones de soles, más de 3 mil millones de dólares.
Solo el Bono Yanapay para los más pobres cuesta 5,400 millones de soles. Y el subsidio al balón de gas otros 1,800. Ahí ya tenemos más de la mitad. Además están los 1,400 millones para que Agrobanco preste a los agricultores (a tasas preferenciales) y 200 millones más para la creación de empleos temporales en la agricultura. Hasta ahí son 8,800 millones, que irán al bosillo de las familias. Desde luego, es loable la intención de ayudar a los hogares más pobres a pasar la tormenta. Pero no es sino control de daños.
La verdadera apuesta está detrás.Y es que ese gasto pondrá dinero en el bolsillo del pueblo para generar una demanda que reactive la economía. Demanda que, se supone, debe generar una oferta como respuesta.
Eso lo intentaron Salvador Allende en Chile en 1970, y Alan García en el Perú en 1986 en su primer gobierno (control de precios incluido). Falló en ambos casos por la misma razón. Con García, el compromiso de sus “doce apóstoles” empresarios fue que la “masa de ganancias” (así la llamó Alan) generada al poner dinero en el bolsillo del pueblo para que este comprara a las empresas, la invertirían los empresarios en el país. Pero los apóstoles se la llevaron a Miami. Traicionado, García urdió desde ese instante su venganza con la expropiación de los bancos.
Fuera del egoísmo de los ambiciosos apóstoles, ¿qué fue lo que falló? Muy simple.
La apuesta era a que la oferta respondería a la demanda, pero la oferta nunca respondió. No podía hacerlo. La economía estaba trabada por el propio Estado y no iba a responder. Todos lo sabían. No podía haber confianza ni expectativa. Nadie invirtió. Al no poder responder la oferta a la demanda, los precios se dispararon. Un feroz maquinazo adicional del BCR para el Banco Agrario –de 500 millones de dólares de esa época prestados a los agricultores a interés preferencial- se fue a otra cosa y nunca llegó a la tierra. Ahí comenzó la hiperinflación, que ya no se detuvo hasta 1990. La historia termina cuando se acaban los dólares y la devaluación masiva echa gasolina al fuego de la inflación en una espiral que no tiene fin. Eso es la hiperinflación.
El lector ya habrá advertido que lo que el Gobierno hace hoy, 35 años después, es una copia obsoleta de la misma receta. La oferta no va a responder si nadie invierte porque no hay confianza. Incluso Keynes escribió que, en ausencia de “expectativas” (así llamaba a la confianza), la intervención del gobierno en la economía para generar demanda no va a producir sino inflación.
Y esto no lo puede evitar el compromiso de las empresas de no subir sus precios, ni mucho menos un control de precios, que es una amenaza tonta.
El error es pensar mecánicamente. Un gobierno que dice priorizar la agricultura debería saber que la economía no es una máquina por destrabar, sino una planta que hay que regar.

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