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Esa cruz que cargamos

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Fecha Publicación: 06/04/2023 - 21:40
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Existe un enorme valor cultural en la celebración de la Semana Santa para quienes creen en ella. Inmenso. Indescriptible, incluso. Y, como tal, no necesariamente hay alguna forma concreta de poder explicarlo o hacerlo entender a quienes no comparten esa idea. Resulta muy complejo. Un poema de Rubén Darío nos dice algo importante sobre ello: "Y la vida es misterio, la luz ciega / y la verdad inaccesible asombra; / la adusta perfección jamás se entrega, / y el secreto ideal duerme en la sombra". Sin embargo, más allá de dormir en la sombra y evitar la luz que nos enceguezca, los creyentes afirman que es cuestión de fe y, con ello, todas las creencias que se comparten como parte sus vidas. Ahí radica, precisamente, su valor.

Hace años, en casa existía la sentencia popular de no comer carne roja durante la Cuaresma, aunque pocas veces era un criterio respetado, como debe haber sucedido en muchas familias. No creíamos tan rectamente en la práctica del ayuno como signo de penitencia y purificación. Quizá la necesidad iba más allá, como ahora, en que muchas familias no están pendientes de estados de limpieza espiritual, sino en tener algo para comer.

Las situaciones han cambiado, pero los sentimientos perduran. Entonces se toman referentes para hacerlos más creíbles. Así está escrito en la Biblia, dicen, como cuando Jesucristo ayunó: “Después de ayunar en el desierto cuarenta días con sus noches, Jesús tuvo hambre” (Mateo 4:2-4). Sin embargo, no se trata de hacer una relación de pasajes bíblicos, ni mucho menos. La idea es otra, más allá de buscar una aparente purificación.

En casa, como en muchas, seguramente, las tradiciones han perdurado. No siempre uno se topa con espacios para reflexión. Y a veces, esos días, simbólicamente, somos nosotros mismos. Nosotros, nuestra familia, todos somos una muestra, un símbolo de esa evocación que nos dirige al encuentro espiritual. En casa sucedía lo mismo, al menos en esos días en que no existían campamentos ni superficialidades comerciales como ahora. Con el tiempo las cosas cambiaron.

Y mucho, seguramente, sobre todo con los mayores. Si papá estuviera vivo, quizá sería más humano que nunca, con errores, con defectos, y hasta con la necesidad de resarcir los errores que se asoman de pronto, pero al mismo tiempo, lo veo con la urgencia de recibir ayuda para cargar esa cruz que debe pesar mucho incluso ahora, allá, donde esté, como todas las cruces que cargamos los que alguna vez creímos en estas fechas.

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