Enigma del azar
Wisconsin. Un hombre decide salir de casa. Un acto irrelevante, un ligero salto entre el sonido de su puerta al cerrarse y el eco de sus pasos sobre la acera. Sin embargo, ese instante altera el destino de la humanidad.
Es ese laberinto de espejos en el que cada decisión genera un universo. El hombre elige caminar hacia un parque y se detiene frente a una banca cualquiera, donde un niño ha dejado, casualmente, los restos de un chocolate. En su rostro se dibuja una expresión de incomodidad; el chocolate mancha su ropa. Sin saberlo, este detalle ínfimo será el principio de una cadena de eventos descomunales.
Al regresar a casa, buscando una lavandería, se encuentra con una opción entre varias. Elige una sin saber que detrás de esa decisión yace el fin de toda la historia. En esa lavandería conoce a una mujer con la que conversa, ríe, y finalmente, se enamora. Se casan, tienen hijos, y el hombre que alguna vez caminó sin rumbo una tarde sin importancia engendra a un hijo que llegará a ocupar la presidencia de su país.
En su ascendencia al poder, este hijo no descubre que su realidad está estructurada por una decisión matriz absolutamente irrelevante: la tarde que su padre decidió salir. Encaramado en el poder, el hijo decide apretar el botón y lanzar misiles, sin saber que su padre lo había apretado cuarenta años atrás, sin sospechar de los enigmas que esconde el simple aleteo de una mariposa dentro del devenir del universo. Bradbury y el genio de las concatenaciones que ignoramos.
¿Es una fatalidad del destino o un juego de esferas como esos laberintos infinitos que Borges solía imaginar? La cadena de decisiones se alarga, pero ninguna de ellas es completamente libre, pues están atadas a una elección primera que el tiempo no sabe revelar. No hay forma de predecir qué acto fue el desencadenante, ni qué pequeñas decisiones, semejantes a las alas de una mariposa, cambiaron de forma irreversible el destino de la humanidad.
Quizás la respuesta sea un sencillo enigma: el tiempo no es un río, sino un círculo, y cada acto, por mínimo que sea, se repite y reconfigura. En La insoportable levedad del ser, Kundera yuxtapone “levedad” y “peso”. Si “el eterno retorno” de Nietzsche fuese real, cada acto tendría un peso infinitamente superior y las más ligeras decisiones una carga de responsabilidad difícil de sobrellevar.
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