En la era del marxismo cultural
Las evidencias históricas nos muestran que la NEP (Nueva Política Económica) de Lenin y la Revolución Cultural de Mao provocaron sendas catástrofes humanitarias: varios millones de personas murieron de hambre y, para controlar dichas sociedades heterogéneas, otros millones más fueron asesinados o enviados a campos de concentración.
Proporcionalmente, los mismos resultados lograron los regímenes de extrema izquierda en Camboya, Cuba, Rumanía, Venezuela, Corea del Norte, etc. Curiosamente, se puede afirmar que, en todos los países donde fue aplicado el marxismo-leninismo, los pueblos fueron esclavizados por cúpulas de partido único, mientras que sus economías quedaron destrozadas. Ninguno de esos países pudo resistir comparación alguna, en bienestar de sus ciudadanos, respecto a sus vecinos, “oprimidos” por un capitalismo liberal que les permitía planear su futuro y recibir los frutos de acuerdo al esfuerzo y la creatividad empleadas. Sin embargo, persisten los partidos y los “frentes populares” captando no pocos votos y logrando influir en las políticas de los principales países con democracia liberal. Su demostrado fracaso ha sido maquillado y escondido gracias a un personaje más significativo que el propio Lenin: el italiano Antonio Gramsci.
Ya antes de la Segunda Guerra Mundial, Gramsci había descubierto que el objetivo de la ideología totalitaria debía ser penetrar en la “superestructura” en lugar de tratar de destruir la “estructura” de las sociedades libres. En el pluralismo tolerante reside la mayor debilidad de la democracia, que otorga voz a todos los grupos sociales de manera proporcional a su organización y activismo.
Entonces, en lugar de promover la lucha de clases en los obreros de los países industrializados, consideró más fácil incentivar la lucha de los intereses de grupo en términos sociales y culturales. Por ejemplo, la mujer ha sufrido discriminación en varios sentidos, por ello su causa ha sido instrumentalizada políticamente, convirtiendo el legítimo reclamo en odio. Y así, diversas categorías que eran ajenas a la política hoy inspiran estrategias globales con la misma consigna: todos los problemas han sido causados por el capitalismo y, por tanto, debe desaparecer y ser sustituido por otro modelo; no dicen cuál, pero no es difícil adivinar, pues sus dirigentes sociales y culturales hacen permanente campaña con los partidos de extrema izquierda y socialistas de todo tipo. El mismo objetivo, con diferente estrategia. Para no ser descubiertos, cuentan con multimillonarios pervertidos que aportan el dinero para capturar corporaciones internacionales propietarias de agencias de noticias, cadenas de televisión y prensa escrita; y, por supuesto, las universidades, el cine y el arte, cada año más dependientes de la subvención de los estados. Con pleno dominio de la “superestructura” en Estados Unidos, Francia o España, los disidentes son señalados y desprestigiados. Como en la novela “1984” de George Orwell, el control social lo es todo.
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