En busca del Trump peruano
Constituye una regla conocida que el consenso produce institucionalidad, mientras que la polarización la debilita. Los Estados Unidos exhibieron en el siglo XX un correcto ejercicio de la política, partiendo de una realidad fructífera: la élite que dirigía a los dos partidos capaces de gobernar pertenecía al ala moderada de sus respectivas estructuras, por lo que sus principales dirigentes mantenían canales de diálogo de forma permanente, sin sacrificar la ineludible vocación de concretar los postulados ideológicos de cada uno, pero dentro de un contexto de genuino respeto democrático.
Los efectos eran visibles: la labor política disfrutaba de singular prestigio social, la judicatura se ejercía con verdadera independencia y reclutaba lo mejor de las facultades de derecho rankeadas en el tercio intermedio a nivel federal. Personalidades de la talla de Henry Kissinger dirigían la política exterior, el Senado era un recinto de discusiones de calidad por parte de una élite que no existe más, y la Corte Suprema era el oráculo de superhombres que hacía hablar a la Constitución.
La radicalización ideológica fue quebrando el delicado equilibrio del poder, privilegiando el grito y la pose estentórea sobre el convencimiento, lo que introdujo en los espacios de decisión a personas sin formación política, degenerando y envileciendo las conductas de los nuevos actores: aventureros fungiendo de políticos, payasos haciendo de periodistas, tahúres jugando a ser empresarios, militantes socialistas trabajando de jueces y fiscales.
Así, desde hace una década, Estados Unidos se parece más a Hispanoamérica, donde no cicatrizan las heridas producidas por el terrorismo comunista, mal respondido con regímenes autoritarios, y donde las democracias débiles no logran vencer al socialismo bolivariano. Por eso, seguimos soñando con construir sólidos regímenes constitucionales sustentados en un bloque de centro derecha y en otro de centro izquierda.
Diversos académicos advirtieron sobre el surgimiento del populismo en América, aprovechando los vacíos que dejó la crisis de los sistemas de partidos, la deslegitimación de las instituciones del Estado y el profundo desprestigio de la actividad política. Las advertencias se han hecho realidad. Para bien o para mal, Trump arrasó en su país y, en el Perú de inicios de 2025, los candidatos que tienen, al menos por ahora, más posibilidades de ganar la próxima segunda vuelta son Rafael López Aliaga y Phillip Butters, ambos de una derecha hostil al consenso, mientras que en la izquierda se busca el reemplazo de Vizcarra sin renovar la propuesta programática, tantas veces derrotada por la realidad.
Esperemos que los siguientes meses nos deparen la esperanza de volver a la institucionalidad que solo partidos políticos doctrinarios pueden ofrecer. Que la expectativa populista ceda ante una propuesta electoral unitaria, consensuada en torno a un programa de gobierno serio y respetuoso del sentido común.
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