El secuestro de la sociedad
No es ningún misterio que, así como los grandes cambios políticos son impulsados por grupos ideológicos radicales, ubicados en uno de los extremos del espectro político, la estabilidad de los regímenes depende de la vigencia y solidez de los partidos moderados, tanto de centro derecha como de centro izquierda. Mientras que la revolución puede ser promovida por una agrupación temporal y de escasa organización, la estabilidad solo puede asegurarse con verdaderos partidos políticos, que por definición son grupos sociales duraderos y organizados. En esa línea, cabe diferenciar en la izquierda peruana a tres tipos de organización; en primer lugar, a los grupos que participan en política para el enriquecimiento sistemático de sus integrantes mediante la corrupción; en segundo lugar, a aquellos que no dudan en empujar a la sociedad hacia el siempre fracasado modelo autocrático de elecciones no competitivas e irracional intervención estatal en la economía; y finalmente, una izquierda integrada por partidos comprometidos con la democracia representativa, con programas reformistas y de intervención estatal moderada en las relaciones sociales y económicas.
El vacío existente en el centro izquierda no ha sido cubierto por ningún grupo político permanente hasta hoy, por lo que muchos de sus simpatizantes, identificados con personajes y no con partidos, se ven arrastrados hacia el activismo en causas propias de la izquierda radical, aquella que subvierte el sistema exigiendo una asamblea constituyente tramposa, plurinacional y bolivariana, por lo que promueve violencia y barbarie con dinero del narcotráfico y de la minería informal. Aprovechando la experiencia de otros países como Chile y Colombia, la izquierda extremista no duda en utilizar, y sacrificar, a jóvenes menores de edad para la toma y destrucción de aeropuertos, quema de comisarías, bloqueo de carreteras e inclusive el ataque directo a efectivos policiales con armamento casero y dinamita minera; saben que, en la lógica sudamericana, los muertos son cargados a la cuenta de los Estados, nunca pesan en las conciencias de los dirigentes del caos.
Como lo demuestra la historia, los movimientos subversivos se nutren tanto de la respuesta irracional que termina deslegitimando a la sociedad y al Estado, como de la pasividad de los gobernantes y del temor de los ciudadanos que, al ceder constantemente ante las exigencias del extremista, lo incentivan a seguir aumentando sus pretensiones ideológicas. Ante los intentos de secuestro de la sociedad, la fórmula siempre será el uso legítimo de la fuerza, la unidad de todos los grupos políticos democráticos y, por supuesto, el compromiso de las instituciones estatales con la defensa de la democracia y del Estado de derecho. No hay espacio para la pose neutral, indiferente, o políticamente “correcta”.
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