El parlamentarismo lo hubiera solucionado
Una diferencia sustancial entre el tipo de gobierno presidencial con el parlamentario es que el primero entrega todo el Poder Ejecutivo al candidato vencedor en las elecciones presidenciales, mientras que en el segundo, el gobierno tiene fundamento en la correlación de fuerzas en la Cámara de Diputados, es imprescindible tener la mayoría parlamentaria ya sea como resultado electoral o como consecuencia de complejas negociaciones entre bancadas, adecuando el curso de las futuras políticas gubernamentales a dichos acuerdos. El presidencialismo funciona en EEUU porque solo hay dos grandes partidos capaces de gobernar con programas ideológicos nítidamente diferenciados y, aun así, existe la necesidad de moderación para evitar que la Casa Blanca actúe en función a la mitad del país.
En Latinoamérica, por el multipartidismo y la volatilidad del electorado, se puede ganar las elecciones presidenciales con un mínimo respaldo ciudadano para el programa ideológico vencedor, obteniendo la totalidad del Poder Ejecutivo en una ficción constitucional que produce falta de legitimidad de origen, razón por la cual los presidentes se ven obligados a generar nuevas fuentes de legitimidad mediante fórmulas populistas, tratando de fidelizar bolsones sociales mediante bonos, subsidios y privilegios; radicalizándose de esa forma el carácter personalista del ejercicio gubernamental, al tiempo que desaparecen los incentivos para hacer verdadera política de diálogo y permanentes acuerdos con las agrupaciones mas cercanas.
El presidente Castillo por ejemplo, ha recibido tan solo el respaldo de un 19% de votos válidos, pero debido a la dispersión del electorado, logró ingresar primero a la segunda vuelta con la candidata de mayor rechazo popular. Así, el Perú ha sido condenado a tener un gobierno de extrema izquierda por tener un régimen que le entrega todas las facultades constitucionales, como jefe de Estado y como jefe de gobierno, a un dirigente radical sin sugerirle ningún incentivo para buscar la concertación. De alguna manera, elegimos un dictador cada cinco años.
De tener un régimen parlamentario, un jefe de Estado del nivel de Max Hernández o Raúl Ferrero hubiese encargado a Castillo formar gobierno, por lo que hubiera tenido que construir una alianza que le garantice la mayoría absoluta, para ello necesariamente tendría que asumir compromisos de moderación con PP, SP y JP, e incluso parte de APP y AP para sumar 66 votos. El poder estaría distribuido y no concentrado, el mismo gabinete necesariamente sería multipartidario y actuaría como control político frente al presidente. De haber adoptado el parlamentarismo, la crisis política actual y el temor a una nueva interrupción constitucional serían menos apremiantes.
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