El nuevo modelo chileno
El verdadero éxito en ventas es hacer creer a los consumidores que necesitan comprar un producto; en la política, el máximo reto es hacer que los electores acepten cambiar las reglas que los benefician, para aprobar otras que los perjudican.
Chile ha tenido una de las democracias más estables de Sudamérica, básicamente sustentada en un bipartidismo imperfecto, solo dos opciones podían ganar las elecciones, quedando obligadas a ser responsables tanto en el gobierno como en la oposición. Se disfrutó de estabilidad política y económica, reduciéndose el desempleo e incorporando a la clase media a cientos de miles de técnicos, obreros e incluso trabajadores del campo, donde hay menores rentas.
El marxismo leninismo, que se alimenta de la pobreza y la desesperanza, encontró la manera de destruirlo todo. En un país con alto índice de creación de riqueza era necesario desacreditar su economía acusándola de fomentar desigualdad a fin de propiciar conflictos, ya sea por el costo de la enseñanza o una pequeña alza del ticket de Metro. Las protestas estudiantiles fueron dirigidas por expertos, conduciéndolas a una organizada violencia, coherente con la “brisita bolivariana” anunciada por el venezolano Diosdado Cabello, para luego vender la solución a una sociedad atemorizada: el cambio de Constitución. Vendieron bien la idea de que la única manera de evitar más violencia era necesario entregar el poder a los violentos.
Para que los partidos que otorgaron estabilidad no tengan influencia, se usó teorías académicas de moda, deslegitimando la representación política en beneficio de la “democracia participativa”.
La prensa compró la novedad de sustituir a los ciudadanos por “el pueblo” y así otorgar arbitrariamente escaños a supuestos líderes de sindicatos marginales, a representantes indígenas que nunca fueron elegidos por sus comunidades, a activistas radicales de minorías sociales, y aceptar listas de “independientes” que eran mayoritariamente extremistas, profesionales del conflicto político.
Previsiblemente, la Convención ha excedido sus atribuciones y quebrado sus propias reglas, desconociendo la necesidad reglamentaria de lograr acuerdos con 2/3 de sus miembros, reemplazándolos con “plebiscitos dirimentes”. El poder real ha pasado de la sociedad a la muchedumbre organizada.
Los comunistas y sus satélites, que nunca pasaron del 10% de los votos, han capturado el Estado ante la pasividad de las organizaciones democráticas, anuncian una Constitución Plurinacional y Bolivariana que pondrá fin a décadas de crecimiento.
No habrían tenido éxito si Chile no hubiera comprado el discurso de la culpabilidad general: los católicos por la quema de los templos, los policías por sus compañeros heridos, las clases medias por trabajar para pagar las cuentas.
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