Él más rico y él más poderoso
Fue, sin duda, una jugada esperada. Una bomba mediática cuidadosamente lanzada entre el expresidente Donald Trump y su (ahora ex) aliado Elon Musk. La disputa, pública y sin filtros, estalló en el peor momento: justo cuando el Partido Republicano impulsaba un proyecto de ley presupuestaria desde la Casa Blanca que incluía recortes sociales, exenciones tributarias para grandes fortunas y una ola de privatizaciones que no pasó desapercibida.
Hasta hace poco, la relación entre ambos empresarios transcurría sin roces visibles. Musk fue un actor clave en la campaña de Trump: aportó más de 250 millones de dólares en los primeros meses del ciclo electoral, sin contar los millones canalizados a comités independientes como Ruth Bader Ginsburg (20 millones) o America Loyal (239 millones). Pero, como todo en política, lo que hoy es alianza mañana puede ser traición.
El estallido fue brutal. La empresa G-Trap, vinculada a Musk, perdió 700 millones en un solo día. Pero lo que realmente impactó fue la bolsa: Tesla, la compañía más representativa de Musk, se desplomó un 14,3 %, eliminando aproximadamente 150 mil millones de dólares en capitalización bursátil. Como consecuencia, Elon Musk perdió alrededor de 34 mil millones de dólares de su patrimonio personal en un solo día.
La amenaza directa de Trump de cortar todos los contratos federales con compañías de Musk fue el detonante. El mensaje fue claro: o estás conmigo o te borro del mapa.
A partir de ahí, los golpes no pararon. Musk dejó entrever los vínculos pasados de Trump con el pedófilo Jeffrey Epstein. Trump respondió con amenazas de cancelar contratos gubernamentales. Luego dijo: “Simplemente se volvió loco”. Elon Musk respondió: “Sin mí no hubieras ganado las elecciones”.
Detrás del drama, hay poder real en juego. Musk se había convertido en una figura central del aparato estatal. Desde enero, tomó control del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental: recortó empleos públicos, desmontó agencias, paralizó pagos federales e incluso impulsó un plan de gasto que, paradójicamente, aumentó el déficit.
Su ascenso fue fulminante. Su caída, igual de espectacular. Incluso sectores conservadores admiten que, aunque su gestión fue polémica, dejó huella. Pero Trump frenó su expansión con una jugada que pocos vieron venir. Y con eso cerró.
La versión oficial fue que Musk “nunca respetó su voto”. Pero entre líneas se leía algo más: el quiebre definitivo entre dos titanes que compartieron objetivos, poder y secretos.
Ahora, los contratos espaciales, satélites, sistemas de defensa y tecnología crítica quedan en el aire. Elon Musk ya no es intocable. Y la Casa Blanca lo sabe. La ruptura no fue solo personal. Fue estructural. Porque cuando dos gigantes se pelean, no llueven declaraciones: tiembla el mercado.
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