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¿El mal? Normal

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Fecha Publicación: 29/08/2022 - 22:00
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Juan fue uno de aquellos tantos que linchó al alcalde de Mariví por corrupción en 2002, el hecho quedó olvidado allí al fondo en el corazón de los Andes. “Corrupto el adúltero ese” (que ni lo era), dijo, sin la menor idea de lo que la corrupción entraña, “derechista traidor del pueblo”, masculló. Décadas más tarde un líder de Izquierda Revolucionaria llegaría a la presidencia: Manuel Malpartida. Juan votaría porque desde lo más telúrico de sus sentimientos creía en él.

Antonio Martínez, sanisidrino, votaría por Malpartida porque odiaba a la derecha. No le asustaba el modelo rojo ni la revolución por el engaño. ¿Y el país? “A la joda”, dice Antonio desde Madrid, donde se las gana y bien en su tienda gourmet.

El presidente Manuel Malpartida asesinó a su primo, abrió el cofre fiscal cuanto pudo, y creyó, como buen patrimonialista, que ser presidente es algo así como ser rey y dueño de lo que hay. Mató al hijo de un ministro, disparó sobre un adversario y todos se escandalizaron. Las calles fueron ganadas por la ira ciudadana, pero Malpartida continuó con sus tropelías, salvado siempre por ese rejón invulnerable y los dos mil guardias del Palacio de Vistaflorida. Las calles se fueron calmando, todos se habituaron a las noticias. El hambre, solo un detalle. Por la Ley de Protección de Inmunidades no había mecanismos para destituirlo.

El fuego se extinguió, Manuel Malpartida hacía y deshacía en un clima de normalidad y distensión moral, tanto que incendió el Parlamento, encarceló a tres jueces, se apoderó de cuarenta mil millones del Arca de Crédito para comprarse el Jet que siempre se prometió; todos continuaron con sus vidas. Juan escuchaba a su líder y aplaudía a rabiar. Golpeaba a su mujer como nunca antes hizo, las primeras veces se preguntaba si obraba mal, sus interrogantes se agotaron. El índice de violencia física y delitos financieros creció, los padres perdieron el referente sobre la moral que debían enseñar a sus hijos.

Enrique, enardecido líder juvenil de las protestas callejeras iniciales contra Malpartida, contempla el ballet con su familia, aplaude. Aplaudir se ha convertido en el deporte nacional. “¡Viva el Júpiter presidente!”, grita un oficial. “¿Y qué tiene de malo todo?”, pregunta Juan con aquella pistola humeante con la que acaba de adquirir un celular.

Ni los héroes ni la indignación, tú coronas a los reyes, y como Cicerón: Ut sementem feceris, ita metes.

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