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¿El final de la democracia?

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Fecha Publicación: 18/07/2022 - 22:45
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El desarrollo de la humanidad no tuvo la misma velocidad en todas las actividades; así, por ejemplo, la noción de democracia se perdió con la decadencia de Atenas, retornando un milenio y medio después, ya en plena Edad Media con la convocatoria a representantes de los pueblos del reino de León, en 1188; ese primer impulso fue seguido por otros reinos como el de Castilla en 1250 y el de Inglaterra en 1295. A finales del medioevo era normal que los representantes de las ciudades negocien sus votos a cambio de ventajas para sus representados. La Edad Moderna significó un enorme impulso hacia nuevos conocimientos en todas las áreas, pero al mismo tiempo, fue un periodo oscuro por el absolutismo de los monarcas; sin embargo, el poder de las ciudades siguió creciendo y de la mano de las máquinas y de las nuevas rutas comerciales surgió una clase social económicamente poderosa pero marginada del ámbito político. Las más grandes revoluciones sociales, la inglesa de 1688, la americana de 1765, y la francesa de 1789, obedecen a la necesidad de esa clase emergente de participar activamente en los procesos de decisión política.

Así, la democracia evoluciona del sufragio censitario al universal, incorporando a los obreros europeos luego de la primera revolución industrial y a fines del siglo XIX, modificando la forma tradicional de hacer política. La segunda revolución industrial instaló en la sociedad europea innovaciones tecnológicas como la electricidad y el gas, la radio y el teléfono, produciendo la segunda globalización al interrelacionar las economías de forma drástica, haciendo recordar el auge de los dos grandes imperios que por primera vez internacionalizaron las relaciones económicas en el siglo XVI, el castellano y el inglés.

El modelo político resultante no tardó en alumbrar partidos políticos modernos, organizados y disciplinados, capaces de desarrollar complejas estrategias en procura de instalarse en la “sala de máquinas” de las sociedades; a ello se suma la universalización del voto y la influencia de los sindicatos en el proceso democrático. Pero, en los últimos veinte años, la tecnología ha avanzado mucho más que la política, permitiendo la interacción en tiempo real de varias personas ubicadas en diferentes geografías, modificando radicalmente la forma de crear riqueza o de generar seguridad. Esa brecha se cerrará sin duda, pero posiblemente sin los valores políticos heredados del siglo XX; si no hay oposición, sería con un modelo de democracia dirigida y global, donde las libertades del antiguo ciudadano, convertido en sumiso consumidor, importen menos que un chip.

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