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El factor humano en los regímenes políticos

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Fecha Publicación: 23/09/2024 - 22:20
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En la Inglaterra de finales del siglo XVII ya se difundía la idea de una democracia donde todos los electores fuesen iguales; un ciudadano, un voto, así seas el conde de Norfolk o un pastor de Lancashire, un próspero banquero de la City o un esforzado obrero de Manchester. Ese concepto solo podía provenir de una comunidad donde había evolucionado la cultura política al impulso de una Cámara verdaderamente representativa de las tendencias, intereses y necesidades de todos los grupos sociales, y al arraigo del Common Law, derecho horizontal basado en el sentido común, que un siglo antes de la Revolución Francesa ya se había impuesto sobre el rey Carlos I, decapitado por incumplirlo. Si bien el Parlamento cogobierna con el rey desde 1689, la figura del primer ministro como jefe de gobierno aparece en 1721, cuando Jorge I encarga al líder de los Comunes, Robert Walpole, formar gobierno. Como en Inglaterra la costumbre política se convierte en convención y ésta es Constitución, se puede afirmar que el régimen actual es fruto de la evolución y no de aquello que Sieyès denominó Poder Constituyente, expresión revolucionaria, extraordinaria y soberana de la voluntad popular, en procura de conformar una novísima estructura nacional.

Resulta claro que esta voluntad sí se manifiesta en la Convención de Filadelfia de 1787, donde las colonias rebeldes, lideradas por constitucionalistas del calibre de John Adams, Thomas Jefferson y James Madison, deciden convertirse en Federación, con un régimen presidencial y con un gobierno central capaz de cobrar impuestos y de mantener un ejército permanente para tratar de derrotar al mejor ejército del mundo. En el inicio de nuestra etapa republicana fue el Congreso General Constituyente de 1827 el que expresó la mayoritaria voluntad ciudadana de conformar las bases del régimen constitucional peruano, que no evoluciona durante los gobiernos de facto, tan solo en los breves interludios democráticos. Nuestro problema podría sintetizarse en un hecho objetivo: mientras los electores de Inglaterra y de los Estados Unidos convirtieron a sus principales pensadores en líderes de la Nación para modelar sus respectivos regímenes políticos, nosotros negamos el poder político a Javier Luna Pizarro, Bartolomé Herrera y Manuel Lorenzo de Vidaurre.

Luego de sucesivos presidentes improvisados y corruptos, de haber estado al borde del socialismo bolivariano, nos preguntamos hoy por cuál de los aspirantes a presidente votar, aparentemente dispuestos a ser nuevamente seducidos por el carisma, la sonrisa simpática o la frase marketera de quien, inevitablemente, nos desilusionará. No es que tengamos mala suerte en elegir estadistas, es que ni siquiera lo intentamos.

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