El correctismo hipócrita
Hace poco Tom Hanks, tan correcto, decía arrepentirse de haber protagonizado Filadelfia, que debió hacerlo un representante de la comunidad LGTBX+. Con ese supuesto, ningún actor de Hollywood, ni él mismo, hubiera logrado un papel. No es soldado ni es Forrest ni es piloto de avión… Dustin Hoffman hubiera tenido que ceder su papel en Rain Man y Javier Bardem sería incorrecto por representar al parapléjico Ramón Sampedro (¿se puede decir así? Nunca se sabe si se ofende con la descripción).
En el Perú no le perdonaron a la rubia actriz Stephanie Cayo representar a una mujer peruana en el Cusco. “No hables quechua, es de los nativos” (¿se puede decir “nativos”?). Siempre hay quien se ofende y tuitea y se regodea en el odio que le despierta un personaje blanco en los Andes, pero ni pestañea cuando Ana Bolena es afrodescendiente (¿así se dice?). Crear odios es el papel de la nueva izquierda, llamando “racista”, “sexista” o “clasista” a quien le parece o clasificando el humor según su propia sensibilidad. Habitués de Porn Hub, pero defensores acérrimos de la condición de la mujer y abogados de toda paridad cuando se afanan en ganar todos los postítulos para ganar por méritos.
Curiosamente, la defensa exacerbada termina siendo una demostración del sentimiento oculto. No le digas “discapacitado”, sino “persona con habilidades especiales”.
Tengo en la experiencia que para muchos esa defensa cerrada es una manera de expresar una soterrada desvalorización. Cualquiera que ha sufrido una lesión quiere ser tratado como cualquier otro y competir sin ventaja, porque la ventaja para forzar una inclusión esconde lo que el correctismo es en realidad: una distorsión de la valoración del otro disfrazada de moral.
Hace unos días un obrero le decía a otro que no se dirija a un tercer compañero como “cholo”, pese al contexto de camaradería con el que se dijo. “¿Por qué no?”, interrogó el sujeto. Reinó el silencio, pero en el aire quedó la impresión de que el racista era aquel que pretendía juzgar el adjetivo, porque en su consideración era naturalmente peyorativo. ¿Es naturalmente insultante el color o el origen? Lo es cuando el correctismo lo considera inferior. ¿Cuánto de racista, desprecio a la debilidad y necesidad de ocultar el origen hay en un supremo juez de la nueva moral? Nadie tolera una palmadita en el hombro o un pase de cortesía solo por ser lo que es.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter e Instagram, y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.