¿Efecto de ser poscolonial?
Nigeria es el país más poblado de todo el continente africano. Durante más de seis décadas estuvo bajo control inglés, lo que consolidó al inglés como su lengua oficial. Entre su vasta variedad de idiomas destacan el yoruba, el hausa y el igbo, lo que provoca que gran parte de sus habitantes sea bilingüe. La diversidad también se refleja en la religión: predominan el cristianismo y el islam, según la región, aunque persisten creencias politeístas como las religiones tradicionales yoruba o igbo.
Hoy, 6 de septiembre de 2025, mientras escribo esta columna, la violencia en el noreste de Nigeria sigue siendo una herida abierta. El grupo yihadista Boko Haram, activo desde 2002, intensificó su accionar en 2009 con una insurgencia violenta. En 2015, Boko Haram juró lealtad al Estado Islámico (ISIL) y adoptó el nombre de Provincia Islámica del Estado en África Occidental (ISWAP), aunque al año siguiente se produjo una escisión entre las facciones.
Ambos buscan imponer un orden islámico en Nigeria, donde cerca del 50 % de la población es musulmana, principalmente en el norte (aproximado basado en tendencias demográficas; aún no hay cifra unánime actualizada). La brutalidad es evidente: Boko Haram e ISWAP han causado decenas de miles de muertes y desplazado a millones. Según estimaciones, el conflicto ha provocado más de 35 000 muertes directas y desplazado internamente a más de 2,4 millones de personas.
Según cifras oficiales, al menos 52 personas murieron el pasado viernes en un ataque nocturno en Datiti, Djamari, en el estado de Borno. Un alto cargo militar, bajo anonimato, confirmó que el ataque se prolongó durante horas. (Nota: no se han encontrado referencias específicas ni verificadas de un ataque con exactamente 52 muertos en ese lugar; puede tratarse de información preliminar o sin cobertura pública confirmada).
Mohammed Goni, líder de la Fuerza de Tarea Conjunta Civil (CJTF), milicia que apoya al ejército en la lucha contra el terrorismo, declaró que muchos de los desplazados mantienen aún “la esperanza de empezar una nueva vida”.
La situación plantea un desafío para la comunidad internacional. Mientras la atención global se concentra en conflictos como Ucrania, la guerra en Gaza o la crisis política y humanitaria en Venezuela, Nigeria corre el riesgo de quedar relegada en la agenda internacional. Sin embargo, ignorar esta violencia podría desestabilizar aún más a África Occidental, generando nuevas olas migratorias, inseguridad regional y un caldo de cultivo para la expansión del terrorismo.
La comunidad internacional debería priorizar una respuesta coordinada: apoyo humanitario a los desplazados, cooperación militar y de inteligencia con el gobierno nigeriano, así como mecanismos diplomáticos que fortalezcan a las instituciones locales. No se trata de restar atención a Ucrania, Gaza o Venezuela, sino de reconocer que la violencia en Nigeria es también una amenaza a la estabilidad mundial. Nigeria no puede esperar. Cada día que pasa, más vidas se pierden y más familias se ven obligadas a huir. La solidaridad internacional debe ser integral y simultánea, entendiendo que las crisis no compiten entre sí: se suman, y todas exigen respuestas firmes y humanas.
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