Después de Castillo
Resulta evidente que estamos en una crisis política sin precedentes; quizás más grave que la de 1931-1933, provocada por el discutido resultado electoral, la expulsión de los diputados apristas del Congreso Constituyente y el asesinato de Sánchez Cerro. El vacío provocado por el debilitamiento de los Partidos Civilista y Demócrata no sólo propició militarismo, sino también el crecimiento del Apra y de la UR, ambos contestatarios al establishment, pero de formas y contenidos diferentes. Asumiendo que nos encontramos en un periodo de transición, a la espera de un nuevo sistema de partidos, sabemos que no habrá un Benavides que concluya la crisis con una dictadura.
Hace una década hubiera sido impensable que ganara en segunda vuelta un candidato vinculado a Sendero Luminoso y sus brazos de apoyo político y sindical, sin respeto por las reglas de la economía ni de la política. Los académicos nos auguran un desastre nacional por la aparente imposibilidad de encontrar la manera de acabar con la grave crisis mediante recursos constitucionales que puedan legitimar el cambio abrupto; no hay votos para alcanzar los 2/3 que exige la causal de vacancia por incapacidad permanente y la acusación por traición a la patria no levanta entusiasmos. En el supuesto que los grupos sociales más sensibilizados lideren exitosamente una propuesta política para el cambio en el Ejecutivo, subsiste el problema de fondo, cualquier pirata podrá ganar las próximas elecciones presidenciales; y la próxima vez puede ser un delincuente avezado con la capacidad de manipular los resortes del poder para no permitir su expulsión, como Chávez.
Urge una rápida reforma política que permita la aparición de nuevos partidos permanentes que tengan por objetivos la formación de postulantes para cargos públicos y la acción política seria y responsable. Las actuales exigencias del sistema electoral no son racionales, la excesiva regulación solo incentiva la provisionalidad y la corrupción interna. Así como los partidos de fines del siglo XIX no tuvieron similitud con los de mediados del siglo XX; los nuevos partidos deberán responder a las necesidades e intereses de un país diferente.
La generalizada desvinculación de los electores por la teoría y su pasión por la inmediatez, deben ser respondidos por los nuevos dirigentes que trabajan por el registro de sus organizaciones; por ejemplo, el neonato Confluencia Perú, que bien podría ser el partido de centro izquierda del futuro espectro político, hasta un experimentado PPC que aspira ocupar con programas y cuadros técnicos el espacio de centro/centro derecha. Para salvar al país debemos estar tan preocupados por resolver el problema agobiante como de preparar el futuro inmediato.
Mira más contenidos siguiéndonos en Facebook, Twitter e Instagram, y únete a nuestro grupo de Telegram para recibir las noticias del momento.