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Desfiles e identidad

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Fecha Publicación: 25/07/2024 - 22:10
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Todavía estaba oscuro cuando esperábamos sentados en las gradas del Campo de Marte. Esa madrugada de julio habíamos llegado temprano para ganar sitio y ubicarnos cerca del estrado principal, desde donde las autoridades serían persuadidas por nuestros gritos.

Era una forma de decirlo, es cierto, pero había mucho de verdad. La directora había mandado comprar todo un armatoste de objetos que generaría el bullicio más allá de los cánticos que los instructores ordenaron. Sí, instructores.

En esa época, aunque con retraso y fuera de época, el colegio donde trabajaba como profesor de secundaria tenía la costumbre de contratar exmilitares para orientar una especie de educación castrense y eso, además, incluía a los profesores –la mayoría obesos– que apenas podíamos levantar las piernas para marchar.

Nos sometieron a un régimen de ejercicios para estar expeditos –como solían decir– para el desfile escolar por Fiestas Patrias y nos entrenaron, a varones y mujeres, como si fuera una competencia decisiva, no solo para el honor y el posicionamiento del colegio, sino también para la continuidad de nuestros contratos.

Ese día marchamos casi narcotizados por el temor de quedarnos sin trabajo a mitad de año y obtuvimos el primer puesto en el desfile escolar en el Campo de Marte.

Sin embargo, muchos no nos sentimos contentos de haber ganado. Era un sentimiento extraño ver a la directora recibir los premios y salir en las portadas, mientras sonreía a las cámaras.

En las gradas, esos profesores cansados que apenas recibieron unas galletas y un refresco, éramos una especie de héroes en la oscuridad, una suerte de realidad excluida en medio de una euforia de la que no formábamos parte. Y es que la identidad es una cualidad que se construye y se alimenta poco a poco, y solo de esa forma permite establecer un lazo de pertenencia e identificación con el colectivo.

Por el contrario, la imposición generalmente termina por alejarnos de una representación unívoca y termina formando varias y distintas identidades. Es una lucha de opuestos agitada y convulsionada. Y sucede con todo: con lo cívico, lo personal, lo social, e incluso con lo religioso, donde la construcción es aún mucho más compleja.

Por ello, mantener una relación identitaria es un aprendizaje constante, una condición que va más allá de lo social y cultural, e incluso más allá de un sentido de pertenencia territorial, donde lo subjetivo, a través de actos, termina materializándose para concretar nuestra identidad. Ese, precisamente, tendría que ser nuestro objetivo.

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