Desatino presidencial (bis)
Comentario previo. Un conocido repitió insistentemente que no se debía ser tan severo con Doña Dina puesto que gracias a la sucesión constitucional y la actual gestión gubernamental al menos se salvó el Estado democrático de derecho del país. A ver, a ver. Si hay algo que agradecer –por más irónico que suene– es al esperpéntico expresidente Castillo, cuya tentativa de rebelión y violación del orden constitucional lo llevó a la cárcel y a ser pronto condenado a una veintena de años de prisión. Doña Dina aceptó la papeleta, tampoco hubo condiciones para un adelanto de elecciones y, vistos sus casi dos años y medio en Palacio, la función de jefa de Estado la viene cumpliendo de regular para abajo. En fin, algo habrá que reconocerle por ese mediocre desempeño, como ella también se lo debe al pacto de facto de mutuo interés e intercambio que tiene con la variopinta mayoría parlamentaria que sostiene al régimen hasta julio de 2026, a pesar del desgobierno político e institucional que se padece. La verdad es que, estando a lo andado, convocadas las elecciones generales y con todas las críticas encima, todavía no nos queda duda de que mejor continuar con ella que con cualquier otro hasta terminar este inverosímil período presidencial. De Ripley o para llorar por varios años.
Sin embargo, nada de esto impedirá seguir machacando cuando la sucesora presidencial incurra en sus conocidas metidas de pata y frivolidades, por no mentar asuntos de mayor monta. Aquí van un par. La ceremonia de inauguración del imponente nuevo terminal del aeropuerto “Jorge Chávez” sirvió para confirmar su absoluta desconexión con la realidad y con el rol del Estado frente a la inversión privada. El gerente general de la concesionaria y operadora de esta magnífica infraestructura aeroportuaria –que, de paso, debió construirse varios años antes– alabó la obra con toda justicia, pero con modales también llamó la atención del Gobierno por el negligente retraso y las graves deficiencias en las vías de acceso al terminal que resultan una vergüenza. En pocas palabras, tenemos un aeropuerto de primer mundo y la conectividad a este, vehicular o peatonal, de tercera o cuarta. Doña Dina, desde su nube, en vez de aceptar y comprometerse ante lo evidente, hizo el típico mutis y lanzó otro de sus discursos grandilocuentes y vacíos para el aplauso ayayero.
Pero el clímax del despropósito llegó en otro lugar, cuando anunció al Congreso que debiera autorizarle el viaje a Washington sin haber recibido aún la invitación oficial del Tío Sam. De locos. Suponemos que la Cancillería debe estar frenética tratando de convertir la cortés frase del vicepresidente Vance de querer verla por la Casa Blanca en una invitación formal del presidente “Big Kick” Trump, quien anda agitado con mil problemas como para pensar en esto. No descartamos que Doña Dina pueda gozar de tal invitación antes de desocupar Palacio, mas queda poca duda de que su frívola pasión viajera y por otras cosas están muy por encima de las responsabilidades y obligaciones del Gobierno o, mejor dicho, de las que acarrea el desgobierno actual que sufre la Nación. Es lo que tenemos. ¡AMÉN!
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