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Decepción de Bolívar

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Fecha Publicación: 24/08/2025 - 20:30
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A principios de agosto de 2025, una aparente apertura diplomática entre Estados Unidos y Venezuela dio paso a una contundente escalada. Aunque hubo un breve respiro —con un intercambio de prisioneros y la reactivación de la petrolera Chevron en suelo venezolano—, el panorama cambió drásticamente en cuestión de semanas.
El punto de inflexión fue anunciado por el Departamento de Justicia de EE. UU.: se duplicó la recompensa por la captura de Nicolás Maduro, elevándola a 50 millones de dólares, la cifra más alta jamás ofrecida por un líder político vivo. Esta medida se enmarca dentro de una ofensiva en la que Washington acusa a Maduro y su entorno —especialmente el denominado “Cartel de los Soles” y el Tren de Aragua— de colaborar estrechamente con redes de narcotráfico y terrorismo.
La respuesta venezolana no tardó en llegar: el gobierno de Maduro calificó las acusaciones como un “circo mediático” cargado de propaganda política. Paralelamente, Maduro ordenó la movilización de más de 4,5 millones de milicianos como defensa ante lo que calificó de “amenazas del imperio”.
El escenario militar también se agitó: EE. UU. desplegó tres destructores de misiles guiados (USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson) junto con una fuerza de marines y apoyo aéreo en aguas del Caribe, frente a las costas venezolanas. Según analistas, se trató más de una demostración de fuerza que de una operación militar directa, con buques equipados con sistemas Aegis, misiles Tomahawk y capacidad antisubmarina.
Este nuevo episodio refleja una estrategia dual del gobierno estadounidense: endurecer la presión a través del uso explícito del poder militar y la criminalización del régimen —para lo cual ha elevado los niveles de amenaza y aislamiento internacional sobre Maduro—.
Mientras tanto, algunas voces latinoamericanas han expresado preocupación. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, repudió el “intervencionismo”, y el presidente colombiano Gustavo Petro advirtió que una intervención podría convertir a Venezuela en “otra Siria” e implicar graves repercusiones regionales.
En síntesis, lo que comenzó con indicios de distensión diplomática ha derivado rápidamente en una confrontación multifacética, donde los conceptos de terrorismo, narcotráfico, soberanía y disuasión militar se entrelazan en un juego peligroso. La región enfrenta ahora un cruce de intereses y tensiones que trascienden lo bilateral y podrían redefinir el panorama geopolítico latinoamericano.

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