Debate mortal
Hace pocas décadas el sistema de partidos de Estados Unidos no exhibía la intensa polarización que hoy ostenta sin ningún pudor. No era raro que demócratas y republicanos acuerden extensos paquetes legislativos bipartidistas, dándole estabilidad y predictibilidad a la primera potencia mundial.
No hace mucho, el Partido Demócrata fue mostrando signos de radicalización en algunas de sus facciones, generosamente financiadas para que se adhieran a la agenda del neo-comunismo de aborto libre, uso político de minorías sexuales, inmigración masiva, educación sexual “integral” en las escuelas primarias y religión climática para frenar el desarrollo económico del odiado capitalismo.
Quienes se niegan a abrazar los contenidos del nuevo discurso político son marginados al interior de la estructura partidaria, señalados como retrógradas por las empresas propietarias de los medios de comunicación y apartados de los ambientes donde la izquierda lidera, como las aulas universitarias. Dado que toda acción genera una reacción equivalente, en los espacios dominados por el Partido Republicano creció y se fortaleció el Tea Party, legitimando el uso cotidiano de la fe cristiana en los mensajes políticos, hasta que Donald Trump percibió que el duro enfrentamiento entre opuestos había generado un vacío en la política, susceptible de ser llenado con más sentido común que ideología, pero expuesto con formas inusualmente populistas, grandes dosis de odio y emotividad.
En ese escenario Biden aparece como el único demócrata capaz de cobijar, bajo su imagen moderada, a casi todas las tribus de su radicalizado partido. No obstante, no ha sido casual que una facción haya apresurado el primer debate de unas elecciones que recién ocurrirá en noviembre; es fuerte el rumor de que la prematura exposición del senil candidato haya sido calculada para procurar su oportuna renuncia, a fin de permitir que la próxima Convención Demócrata nomine a un nuevo candidato capaz de enfrentar a un Trump inmune al ataque de fiscales izquierdistas por supuestas inconductas de naturaleza privada.
Mientras el grupo que gobierna en nombre de Biden lo intenta mantener a toda costa, Michelle Obama desempolva zapatillas para su campaña, mientras que Kamala Harris intenta levantar el veto que la mantenía alejada de los reflectores. Pero ellas no están exentas de problemas, las tortuosas historias de visitas a la isla de Epstein pueden frenar a Michelle mientras que la izquierdista Kamala no podría merecer la confianza del sector moderado de su partido.
Si Biden no es forzado a renunciar, perderá; paradójicamente, ello abre la posibilidad de que sectores moderados del Partido Republicano lleguen a la conclusión de no necesitar a Trump para ganar la elección presidencial, aunque su hipotética renuncia sea más difícil que enviar a Francisco al monasterio Mater Ecclesiae.
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