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De vuelta a casa, de vuelta a Lucanas

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Fecha Publicación: 17/09/2021 - 21:50
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La llegada a casa, tras una ausencia prolongada, era notoria. Las lágrimas brillaban. También el sol derramaba lágrimas, más que nosotros, por eso sus rayos se nos aferraban. Y el viento, como quien también festeja nuestra llegada, salía de su escondite, tambaleándose como los eucaliptos. Y los cercos de piedra, abandonando su silencio, se acurrucaban celebrando estos momentos especiales de encuentro entre la nostalgia, la ausencia y la presencia. Es que ellos conservan intactas todas las vivencias de cuando éramos niños, de cuando éramos felices, es ahí cuando sentimos que hasta nuestras sombras festejaban el retorno por eso, nos abrazaban con todas las fuerzas.
Estamos allí, tocando la puerta de la vieja casa del pueblo, sí, la estoica puerta labrada en madera de eucalipto; la vieja puerta labrada por papá, cuyo sudor lo barniza como a insignia; la puerta que, a pesar de los golpes arteros del destino, conserva intactas las lágrimas de mamá; la puerta que, en sus armellas forjadas de acero, custodia las cicatrices y arrugas que el tiempo ha pincelado en el rostro y corazón de nuestros padres. Estamos ahí, parados, tratando inútilmente de ocultar las lágrimas que también pretenden consolarnos. Al fin, volvíamos a la casa de antaño, al hogar del que un día salimos, esta vez traídos por el hermano que ya no está en casa, del hermano que partió, y que a pesar del intenso dolor, puede tranquilizarnos porque la sonrisa del ausente es la bienvenida a casa, al hogar donde todos están presentes.
El día se extiende en silencio y la noche, a pesar de lo oscuro que pretende ser, terminará, quiera o no, trayendo al arco iris enviado por la estrella del sur, comparable con la luz que nuestras madres iluminan cuando nos conciben. Por eso caminamos, por eso viajamos. Escribir entre recuerdos, donde vuelves a vivir de verdad, a pesar de todas las penas, donde los segundos son eternos y descansan en interminables horas, donde en ningún segundo pensaste que separarse para siempre de alguien era una remota posibilidad, es especial. Mientras escribo, siento que recibo un sincero abrazo, tan sanador como la mirada de nuestros padres y acogedor como la sonrisa del hermano ausente. Horas más, en el pueblo, en Lucanas, el patrón Santiago nos recibe en su iglesia y los cirios encendidos anuncian que el hermano ausente, el tayta Machocca, viene alegre para bendecirnos y extendernos un abrazo.

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