Condenados a un absoluto desamparo
La gente está tan acostumbrada a suplicar por ayuda, en lugar de exigirla como corresponde, que el gobernante de turno siempre piensa que sus actos en favor de la población, especialmente aquella vulnerable, son grandes concesiones, actos magnánimos con dinero público, cuando es estrictamente su obligación. La típica actitud del burócrata que piensa que nos hace un favor por atendernos cuando su sueldo y su trabajo dependen de los contribuyentes. Boluarte es la mejor muestra de que el hábito no hace al monje. Mantiene su mentalidad de funcionaria pública de tercera categoría de RENIEC. Pocos saben que esa entidad le pagará S/ 240,000 soles por una demanda por supuestos derechos laborales no reconocidos, que interpuso ante el PJ cuando ya había sido elegida vicepresidenta y cuyos fallos favorables a ella se han dado recientemente. También recordamos que, en el colmo de la desfachatez, pidió que se le guardara el puesto por 5 años, en una institución a la que había llevado al Poder Judicial.
Esta señora, que desafortunadamente ocupa la presidencia, es incapaz de controlar las formas o de mostrar alguna solidaridad con los ciudadanos. Ha dado varias muestras de intolerancia y poca educación, pero es inaceptable el maltrato hacia un reportero de Amazonas, que clamaba por ayuda ante los incendios forestales. “No necesito sus lágrimas, señor”, le respondió con una falta de empatía absoluta, solo comparable a la indiferencia de Martín Vizcarra ante las súplicas de Celia Capira, la arequipeña que corrió detrás de él en julio del 2020, suplicando ayuda para su esposo que estaba grave con el COVID-19.
Sabemos que los políticos no son omnipotentes ni tienen solución para todos los problemas, pero si han decidido permanecer en el puesto, a pesar de su poca preparación y de que llegaron accidentalmente, deberían hacer un mayor esfuerzo, por lo menos controlar sus iras y sus engaños. No es querida y pretende no saberlo ni aceptarlo. Tiene 5% de aprobación –el margen de error–, que se refleja en las pifias que recibe por donde va; llámese Junín, Tacna o más cerquita en Breña o Villa María del Triunfo.
Definiría la empatía como la capacidad de los gobernantes para ponerse en los zapatos de la ciudadanía, sintonizar emocionalmente con ellos. En el Perú, ni Boluarte ni la mayoría de sus ministros y voceros la tienen. Le temen a la prensa y a las preguntas incómodas, porque no saben hablar con la verdad ni asumir sus responsabilidades. Sus pasivos los hunden y no tienen la entereza de reconocerlo.
Por el país, celebro que Moody’s haya mejorado la calificación, cambiando la perspectiva de negativa a estable. Según palabras de Arista, por el compromiso del Perú con la estabilidad económica, la responsabilidad fiscal y el fortalecimiento de las instituciones democráticas, tratando de atribuirse todos los méritos, cuando sabemos perfectamente que sin el férreo control del BCR, el MEF, súbdito de la voluntad de Dina, se hubiera desbandado. El gobierno le juega en contra al país y las instituciones democráticas están más débiles que nunca. Hemos tenido un retroceso histórico en el ranking de Competitividad Mundial, estamos en el sótano, no nos engañemos.
Desde el 2016, la gobernabilidad del país está dando tumbos. Es indispensable que alguien lidere una alianza de partidos de derecha y eventualmente de centro, entre los que se incluya al Fujimorismo, y se evalúe, sin apasionamientos o egos, quiénes serían las personas más idóneas para la plancha presidencial y demás cargos de elección popular. Afortunadamente, se ha eliminado la perversa paridad horizontal y la alternancia de género para las próximas elecciones, por lo que debería prevalecer la meritocracia, sin excepciones.
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