Caquetazo
A mediados de marzo pasado, El Perú fue destacado en distintos medios internacionales por su radical decisión de declarar la cuarentena nacional para enfrentar la pandemia del Covid-19. La verdad, no había mejor alternativa que este martillazo en favor de la salud y la vida, a pesar del grave sacrificio económico y social que iba a originar y origina. La razón es más patética que decir, simplemente, que el Perú no es Taiwán, Singapur, Nueva Zelanda, Islandia, Alemania, etc.
El país no estaba ni remotamente preparado sanitariamente para intentar contener de otro modo lo que se venía a partir de la aparición desde el extranjero del “contagiado cero”. Las naciones antes señaladas que han confrontado con éxito la peste viral previnieron y controlaron tempranamente el coronavirus gracias al arsenal de pruebas de diagnóstico que disponían y utilizaron masivamente, al monitoreo de los casos y focos infecciosos y al sólido sistema de salud pública que les permitió una eficaz atención y respuesta sanitaria. Aquí, lo que nos urgía entonces era ganar tiempo para evitar el colapso del históricamente precario aparato hospitalario y la mayor mortandad de los contagiados.
Los más de 50 días que llevamos de aislamiento social obligatorio con, aproximadamente, el 50 % del proceso económico paralizado, han, por cierto, impedido que la tasa de letalidad de los infectados sea mucho mayor que la que padecen potencias del llamado primer mundo y, mal que bien, el Gobierno a través de medidas y acciones de apoyo socio-económico (subsidios y bonos monetarios; canastas de víveres; ayudas fiscales y créditos blandos garantizados) ha mitigado la aguda crisis que sufren las empresas y la población en general. Sin embargo, en unos días vence la larga cuarentena nacional sin haberse aplanado o chancado la curva de infectados/fallecidos y, lo que es peor, hemos conocido hace pocos días que recién se han empezado a efectuar los tamizajes o descartes focalizados del virus en los mercados capitalinos (léase, Caquetá y Surquillo) con resultados desalentadores. No queremos ni imaginarnos cómo estarán las cosas en el resto del país. Esto, señor Presidente, es decepcionante. ¡AMÉN!