Bisutería política
Se dice que, en un mercado relativamente libre, la oferta tiende a ajustarse a la demanda, lo que puede comprobarse en el transporte de pasajeros, pues hay muchas personas dispuestas a utilizar medios que, de manera evidente, no reúnen los requisitos mínimos de seguridad, siendo ofrecidos por informales. Del mismo modo, muchas familias están dispuestas a enviar a sus hijos a universidades “low cost”, sabiendo perfectamente que la calidad del servicio educativo será mala y la empleabilidad bastante reducida; en consecuencia, proliferan esas instituciones al amparo del “título a nombre de la nación” que, en el papel, iguala a todos los graduados. Del mismo modo, adecuándose a la inmensa mayoría de peruanos que no compra joyas de oro, existen empresas que ofrecen joyas de fantasía, satisfaciendo la expectativa de sus clientes. En todos estos casos, el consumidor no puede alegar desconocimiento o engaño, pues la información necesaria está a su alcance: vehículos viejos y desvencijados, pensiones inusualmente bajas y docentes desconocidos, joyas simpáticas y modestas que no mienten sobre su naturaleza.
En política también hay una oferta barata, poco elaborada, compuesta por aspirantes a candidato presidencial, que no implica reflexión alguna en sus potenciales electores; son productos que no significan un alto precio para el comprador, pues basta con su decisión emotiva. Recordemos que la representación política supone que el elegido representa al elector porque se compromete a elevar sus necesidades y tendencias hasta los espacios donde se toman las decisiones políticas importantes, pero eso necesita que el elector sea consciente de sus verdaderos intereses. Una parte importante de ciudadanos vota por el brillo de la propuesta incoherente o el encanto de la frase melosa. Hay así, una demanda que consume esta oferta electoral barata porque no requiere pensar. Oferta que se asemeja a los ejemplos anteriores al no pretender engañar a nadie, no intenta reflejar una identidad falsa, no expresa posiciones claras en temas controvertidos y ni siquiera cuenta con la lealtad de su elector luego de emitido el voto, pues no la necesita y el votante no está dispuesto a ofrecerla; son tal para cual.
Lejanos están, al menos en 2024, los tiempos en que los verdaderos partidos políticos elaboraban programas de gobierno en base a sus doctrinas y elegían a sus candidatos entre sus militantes más caracterizados, a fin de ofrecer al electorado una oferta de mayor calidad que la del adversario ubicado en el mismo espacio ideológico. En buena medida, eso respondía a la exigencia de la demanda, la mayoría del electorado no hubiera tolerado una oferta de bisutería: candidatos sin preparación, carentes de equipos técnicos y con programas improvisados.
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