Arduo camino a casa
La implacable guillotina laboral descendió sobre mí esa recia tarde de abril, y cercenó de un plumazo los lazos que me unían a aquella empresa. El eufemismo ‘quedas desvinculado’ no logró disimular la crudeza de un despido, un golpe que me sumió en la incertidumbre. ¡Qué ironía! Aquel día, se celebraba la primera década de mis hijas, la casa se convertiría en un microcosmos de zozobra. En el camino me preguntaba: “¿Y cómo darles la noticia?”.
Tiempo después me crucé con algunas víctimas de la exclusión productiva: el ingeniero reducido a taxista, arrastrando consigo los vestigios de una gran formación académica; el abogado, reserva de una maestría que no le garantizó un futuro; el contador, obligado a sacrificar los proyectos universitarios de sus hijos en aras de la supervivencia. Sus relatos eran lloros que resonaban en el vacío de un sistema que los había traicionado.
La precariedad laboral, ese fantasma que acecha a millones de peruanos, se erige como un verdugo. La informalidad, la falta de certidumbre para invertir en un país inestable, la ausencia de políticas públicas que fomenten el empleo, la dificultad para hacer negocios, son los flagelos que marcan las entrañas del Perú. Y mientras tanto, los burócratas y tecnócratas, encerrados en sus torres de marfil, diseñan fórmulas abstractas y elaboran diagnósticos básicos, pero son incapaces de aterrizarlos en acciones concretas que alivien el sufrimiento de la gente.
La política, esa vocación que debería estar al servicio de todos, se ha pervertido hasta convertirse en un instrumento de poder y riqueza personal. Los políticos, demagogos y negociadores de poder (aún con sus antinómicos) se desentienden, creen que el Perú termina en el Rímac y que Puno es Marte. Vayan a Puno, a Mazocruz, allí rige el hambre y la enfermedad. Crucen T’orococha, párense de sus escaños. Quizás el tiempo solo les da para chorearle al asesor. ¡Decía De Gaulle que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos!
Los liberales asumimos la política desde los cambios que permitan la realización de los proyectos individuales de la gente, y la gente que nos concierne habita las ciudades, pero también las punas y cordilleras, las frondas de las selvas, las aldeas remotas.
A pesar de las tristes historias que dan pie a estas líneas, mi esperanza sigue latiendo. Quizás, algún día, podamos construir una sociedad libre, donde todos tengamos la oportunidad de construirnos una vida mejor.
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