Abramos los ojos
Que desconectada puede estar la clase política de las necesidades de la población. Es incomprensible que en un país con innumerables problemas se destinen tantas horas a banalidades. No me refiero a ese chiste cruel de que el Perú está efectivamente rumbo al OCDE, cuando las brechas con los países desarrollados son cada vez más amplias sino a la despiadada y absurda campaña mediática, congresal y fiscal para vacar a Boluarte por una rinoplastia. Es una frívola y está absolutamente mareada por el poder, como les pasa a muchos gobernantes, pero un poco de razonabilidad, no estiremos la Constitución como si fuera un chicle.
Diversos abogados de prestigio la han defendido, expresando que no representó una incapacidad para el ejercicio de sus funciones, porque en ausencia de la presencia física, se permite el despacho remoto usando tecnologías digitales. Hay muchas razones para remover a Boluarte, pero considerando el daño que le ha ocasionado al país la turbulencia política de los últimos años, corresponde ser pragmáticos, privilegiar la estabilidad y que termine su mandato en el 2026.
Además, el proceso electoral que se avecina es lo más parecido a una pesadilla: 69 partidos políticos en carrera –en la hipótesis de que se inscriban los 30 que aún se encuentran en proceso– con candidatos en su mayoría poco conocidos. La valla es muy baja y la codicia muy alta; todos quieren ser presidentes y calmar su sed de poder. Además, el mejor empleador es el Estado y garantiza estabilidad laboral.
Las campañas serán un derroche de populismo asfixiante. Se harán las propuestas más insólitas para generar recordación. Ya tenemos al inhabilitado Vizcarra, fundadamente corrupto pero que no ha pasado ni quince minutos en la cárcel, promocionando a su partido Perú Primero con el panetón El Lagarto. Si este delincuencial personaje postulara mañana, para sorpresa de muchos, sacaría una abrumadora votación. La memoria es muy frágil, Vizcarra muy cínico y tiene una fuerte presencia en redes.
El escenario más sombrío es de 500,000 candidatos. La cédula de votación se convertirá en un cuadernillo de difícil lectura. Muchos ciudadanos, que apenas saben leer y escribir, se perderán en el laberinto de nombres y símbolos. No hay nada más antidemocrático que un proceso de votación complicado, que agravará la falta de representación. Por desconocimiento o irresponsabilidad, los electores votarán a ciegas, casi por cualquiera, a los que luego criticarán ácidamente porque no cumplirán sus promesas. Olvidan que los congresistas no tienen capacidad de ejecución. Es el mismo círculo vicioso perverso de siempre.
El Congreso ha aprobado, en primera votación, la manera como elegiremos a los integrantes del Parlamento, estableciendo un número de 60 senadores y 130 diputados. Para que un partido político tenga acceso a la distribución de escaños debe cumplir con dos condiciones: haber alcanzado al menos el 5% del número legal de miembros en la Cámara de Diputados (7 representantes) o en el Senado (3 representantes) y el 5% de votos de votos válidos a nivel nacional. ¿Matemáticamente será ello posible con 69 partidos políticos en carrera o están apostando a un mecanismo de depuración?
Somos un país con pocos héroes y escasas victorias por lo que espero que las celebraciones por el Bicentenario de la Batalla de Ayacucho –en ausencia de Boluarte, la única afectada por el mal clima, todos los demás llegaron– hayan servido para fortalecer la identidad nacional. Sin embargo, recordemos que la independencia del Perú no solo se dio en el campo bélico, hubo una multiplicidad de intereses de los grupos dirigentes que trataban de conservar su poder y prerrogativas en un escenario que cambiaba a gran velocidad. Lealtades grises y confusas. 200 años más tarde poco ha cambiado, desafortunadamente.
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