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143 años de la Batalla de Miraflores

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Fecha Publicación: 15/01/2024 - 22:10
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La Declaración de Independencia del 28 de julio se realizó porque un día antes, las tropas argentinas y chilenas habían conminado a los ciudadanos ilustres de Lima para que firmen un Acta plegándose a la causa de los generales San Martín y O’Higgins. La batalla de Ayacucho tuvo a mucho más peruanos peleando en el bando realista que del patriota, y sirvió para ratificar la cruel dictadura de Bolívar, con quien sostendríamos luego una guerra para independizarnos como comunidad política. Ambos eventos fueron idealizados por la necesidad de construir una identidad nacional sobre hechos consumados, pero en realidad, ninguno estuvo a la altura del heroísmo de la Batalla de Miraflores, librada el día 15 de enero de 1881.

El dictador Nicolás Fernández Villena, más conocido como Nicolás de Piérola, se había impuesto a los estrategas militares disponiendo de dos líneas innecesariamente largas para la defensa de Lima, la primera de Chorrillos a San Juan, cayó el 13 de enero. La segunda, que iba desde la Quebrada de Armendáriz hasta las haciendas de Monterrico, debió reagrupar a todo el resto de nuestro ejército, unos 10 mil sobrevivientes de San Juan y Chorrillos, la reserva provista de 6 mil soldados y los 2 mil de la guarnición del Callao. Pero tan solo se envió dos mil soldados regulares a los Reductos de la segunda línea, reforzados con 6 mil de voluntarios de todas las edades y condición social. Tomaron sus rifles y escopetas marineros y políticos, estudiantes de San Marcos y socios del Club Regatas junto a obreros de los gremios de albañiles, panaderos y otros propios de la Lima del siglo XIX, para morir en los tres primeros Reductos. Contrasta tanto valor con la actitud de Piérola, quien apenas iniciado el primer ataque abandonó el campo de batalla para simplemente observar su desarrollo desde un cerro lejano.

Pocas ciudades capitales se han defendido, como lo hizo Lima, con sus propios ciudadanos civiles, a pesar de que no existía ningún elemento que pudiera sostener la hipótesis de una victoria sobre el ejército enemigo; elegir enfrentarlo voluntariamente a pesar del riesgo de perder la vida, tan solo para no perder el honor, constituye un hecho inédito aún para los estándares europeos de esa época. Es inevitable preguntarnos si los actuales peruanos tendríamos el coraje de ir a morir para salvar nuestra honra nacional, o si preferiríamos pagar un cupo, negociar con algún oficial chileno, denunciar los preparativos de defensa de nuestros vecinos, o simplemente tomar un vuelo a Miami. Lo más probable es que, como hace 143 años, el máximo heroísmo se manifieste al lado de la mayor infamia.

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