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Zu Ghersi

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Las heridas de abandono nacen muchas veces en los primeros años de vida, cuando un niño experimenta la pérdida, la ausencia emocional o física de una figura de apego importante.

Desde la antigüedad, los seres humanos comprendieron la necesidad de establecer límites para poder convivir en armonía. En las primeras comunidades, las reglas y acuerdos eran imprescindibles para proteger tanto al individuo como al grupo. Los límites no solo organizaban la vida social, también daban un marco de respeto y seguridad.

En la vida, todos enfrentamos momentos en los que el entorno parece nublarse, y nuestra mente se llena de estrés, ansiedad y frustración. Estos días grises no solo afectan nuestra percepción del mundo, sino que también pueden crear patrones emocionales que se perpetúan con el tiempo, formando un ciclo difícil de romper.

Desde nuestra infancia, nuestro inconsciente se va moldeando con las experiencias que vivimos. Aquellos eventos que nos dejaron huella, como separaciones, conflictos familiares o situaciones dolorosas, crean patrones que influyen en nuestra vida adulta. Sin darnos cuenta, repetimos ciertos comportamientos y emociones que nos limitan, afectando nuestras relaciones presentes y futuras.

Nuestra vida es como un espejo: refleja la energía que emitimos. Aunque muchas veces atribuimos lo que nos ocurre al azar o a la suerte, en realidad gran parte de nuestras experiencias tienen que ver con el tipo de vibración interna que llevamos al mundo. Esta vibración se compone de nuestros pensamientos, emociones, actitudes y hasta de nuestra manera de hablar y de relacionarnos.

Desde la infancia, nuestra mente es como una esponja, absorbiendo las creencias y valores que nos rodean. Los mensajes que recibimos de nuestros padres, abuelos, maestros y la sociedad van moldeando nuestra percepción del mundo. Nuestra mente, en esa etapa, funciona como una grabadora: todo lo que escuchamos, vemos y sentimos queda registrado sin filtro.

Desde nuestra infancia, vamos tejiendo patrones emocionales y mentales que operan en nuestro inconsciente. Estos patrones se reflejan en nuestras relaciones y nos llevan a repetir dinámicas que nos hacen sufrir, aunque no siempre lo notemos.

Todos llevamos, en el fondo de nuestro ser, una mochila etérea, invisible a la vista, pero muy real en su influencia. Desde nuestra infancia, aprendimos patrones emocionales que quedaron grabados en el inconsciente, como una carga que no vemos pero que nos pesa.

Hace poco, en un programa de televisión, vimos la historia de una mujer que desde niña vivió violencia con su padre. Esa experiencia la marcó tanto que, ya adulta, repitió patrones de maltrato en su relación de pareja, soportando agresiones emocionales, psicológicas y físicas.

A ciencia cierta, hay una verdad que debemos entender: nuestras emociones no son solo reacciones momentáneas, sino que se almacenan en nuestro inconsciente, influyendo en cómo vemos y vivimos el mundo. Desde pequeños, las experiencias, los sucesos que vivimos y las emociones que absorbemos de nuestro entorno se quedan dentro de nosotros, a veces sin darnos cuenta.

En estos tiempos en los que el estrés y las emociones nos invaden, los días de descanso por la independencia nos brindan una oportunidad ideal para desconectarnos y relajarnos. Muchas veces, elegimos salir de viaje, disfrutar de nuevos paisajes y olvidar un poco las preocupaciones diarias. Sin embargo, la verdadera esencia de estos días está en la reflexión.

Vivimos en una época en la que la constante presión por hacer más, ser más y tener más nos lleva a vivir en un ciclo interminable de productividad. Desde el momento en que despertamos, hasta el último suspiro del día, la idea de no estar haciendo algo puede parecer extraña, casi inaceptable.

Hoy en día, estamos rodeados de una constante búsqueda de conexión. Ya sea en relaciones personales, familiares, laborales o incluso con nosotros mismos, las dependencias emocionales pueden volverse invisibles, pero poderosas, atrapándonos en círculos viciosos que no favorecen nuestro bienestar.

En muchos momentos de nuestra vida, nos encontramos con la decepción. Puede ser en el ámbito personal, profesional o incluso en nuestras expectativas sobre nosotros mismos. Es natural que coloquemos expectativas sobre situaciones o personas, esperando que se cumplan ciertos estándares o promesas.

Cuando nosotros queremos mejorar nuestra vida, podemos empezar con algo tan simple como crear un espacio para la introspección. Este espacio no necesariamente implica soledad, sino más bien un momento de reflexión profunda que suele surgir cuando enfrentamos conflictos, penas o incluso la depresión.

Hoy quiero hablarte de un tema que suele ser malinterpretado: retirarse. La idea de apartarse del ruido del mundo y las demandas diarias puede sonar como un acto de aislamiento, pero en realidad, tiene mucho más que ver con un proceso profundo de conocimiento personal y reconexión con nuestro ser interior.

En estas circunstancias que nos da la vida, hoy más que nunca, enfrentamos situaciones difíciles que a menudo traen consigo un torbellino de emociones. Estas emociones, en ocasiones, se perpetúan en nosotros, creando un ciclo de sentimientos que se remontan a nuestras heridas del pasado, muchas veces arraigadas en nuestro inconsciente.

Esta es una metáfora que en psicología se describe a las personas cuando sienten una angustia profunda, cuando sienten depresión y un dolor intenso en el pecho. Este dolor a menudo se manifiesta en momentos difíciles, cuando no tenemos ganas de hacer nada. Es como una piedra que llevamos dentro, que parece pesar cada vez que intentamos respirar, y que nos recuerda nuestra vulnerabilidad.

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